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EL COMIENZO: UN VISTAZO A LA CRISIS (3)

LOS ANTECEDENTES

El año 2003 no fue un año más: fue el año en que comenzó la aceleración en el consumo, en el que el boom inmobiliario alcanzó velocidad especulativa, en el que los productos financieros exóticos empezaron a proliferar, en el que se produjo el derrumbe definitivo de los tipos de interés, el año en que comenzó la euforia, y en el que se generaron los antecedentes in¬mediatos de la crisis que comenzará en el 2010.
Existe un elemento fundamental a la hora de explicar los patrones del crecimiento económico mundial: el consumo de petróleo.
1- Han ido juntos, han sido y son inseparables: la correlación entre la evolución del PIB del planeta y el consumo de crudo es prácticamente total: el 99,7466%.
La correlación entre consumo de petróleo y crecimiento económico cobra una espectacularidad máxima al aplicar el modelo de Marión King Hubbert.
2- Lo que dice el modelo y nadie ha desmentido es que, cuando se ha extraído la mitad del contenido de un yacimiento —pico—, los costes de extracción, literalmente, se disparan; a partir de aquí pueden establecerse picos medios para un país, para un continente o, incluso, para el planeta.
3-El momento en el que se produce un peak oil depende de varios factores, aunque fundamentalmente son tres: la tendencia evolutiva de la demanda y la de la oferta, y las reservas que se van descubriendo.
The Association for the Study of Peak Oil and Gas, la ASPO, en el congreso que celebró en Barcelona en octubre de 2008, situó en el año 2012 el momento en el que el planeta alcanzaría el peak oil; a partir de entonces la producción mundial disminuiría a un ritmo del 3 % anual mientras que la demanda continuaría creciendo, cada año, a una tasa del 1%.
4-Por otra parte, los descubrimientos que se van realizando apuntan a una insuficiencia de la oferta para nutrir a la esperada creciente demanda, y, tan decisivo como lo anterior, la extracción de ese crudo, cuando se haga y a no ser que la tecnología de extracción evolucione espectacularmente, será muy costosa debido a la situación de los yacimientos.?
La conclusión de todo esto es que existe un problema en relación con el petróleo (con todos los recursos, en general: agua, uranio, cobre, madera...), y el problema radica en que la evolución del PIB del planeta así como el de cada país, es decir, del crecimiento económico, está de tal modo vinculado a la disponibilidad de commodities (que abarcan todos los productos objeto de comercialización: materias primas, mercancías...), de petróleo en especial, que rigideces —no ya carencias— en su obtención desencadenarán problemas irresolubles en todos los órdenes de la economía.
6- En resumen, la idea es que la tendencia que muestra la disponibilidad de recursos en general y de petróleo en particular a precios asequibles y durante un amplio período es claramente decreciente.
7-Lo que se obtiene aplicando el modelo de Hubbert a la evolución del PIB del planeta (véase el gráfico 11) es un punto de inflexión en el año 2003 que correspondería al peak oil que Hubbert había calculado para el año 2000. A partir de aquí y operando en el modelo con datos del PIB se obtiene una ruptura en el crecimiento de características muy semejan¬tes a la acaecida en 1973, ruptura que se manifestaría en el año 2010. El resultado de esta ruptura sería el inicio de una nue-va fase de crecimiento económico para el planeta con una tasa media de entre el 1,0% y el 1,3%, dentro de una franja cuyo máximo estaría situado en el 2,6% y su mínimo en el -0,5%. Algunos autores calculan caídas más pronunciadas, por lo que, en este caso, las cifras anteriores serían incluso optimistas.
Si lo que ahora están preguntándose es si los porcentajes anteriores son pobres o suficientes, quédense con lo siguiente: durante los pasados años de euforia, las tasas de crecimiento han sido:
8-
Año OCDE Mundo España
2004 3,3 4,0 3,3
2005 2,0 4,9 3,6
2006 2,2 5,1 3,9
2007 2,3 5,0 3,7
No es momento ni lugar para analizar si las tasas de creci-miento expuestas han sido suficientes o no: lo importante es que los años citados están bastante próximos como para que se tenga perfecta conciencia de su desempeño económico.
Han sido años en los que se nos decía que todo iba bien, años de crédito asegurado, de dinero barato, de deuda creciente, de consumo al alza, de boom inmobiliario, de empleo en aumento (aunque no entremos a analizar su calidad...), de beneficios pujantes, de sonrisas, de lujosos automóviles aparcados junto a atiborrados restaurantes y bares de diseño, de viajes a lugares exóticos, de caprichos costosos, de teléfonos móviles que cada dos meses eran sustituidos por un modelo más sofisticado, de entrenadores personales, de jóvenes man¬tenidos y mimados por sus familias hasta el máximo al que cada familia podía llegar. Han sido años de tipos de interés permanentemente a la baja, de especulación inmobiliaria, de segundas y terceras residencias, de comprar sobre plano y ven-der sobre obra; años para soñar.
Bien, decidan ustedes si esas tasas de crecimiento han sido suficientes, y cuando lo hayan hecho compárenlas con las pre-visiones a que apunta el modelo, esas mismas, aunque existan previsiones más pesimistas; a continuación, extrapolen qué condiciones de vida serán las más probables con tales tasas de crecimiento.
«Ir-a-más» es muy fácil; estar mejor, disfrutar de unas bue¬nas o muy buenas condiciones de vida es sencillo; lo duro es retroceder, empeorar el estándar de vida, decrecer, «ir-a-peor»; y va a suceder, porque el modo en que se ha estado cre¬ciendo durante estos años pasados es insostenible, y su in-sostenibilidad ha llevado al sistema a su agotamiento. En el futuro, oficialmente se dirá que fue a mediados del 2010 cuan¬do comenzó verdaderamente la crisis; sin embargo, la crisis del 2010 empezó a gestarse mucho antes: en 1991.
Tras los ajustes monetarios de 1987 y tras las bajadas de los tipos de interés con que Alan Greenspan inauguró su presidencia en la Reserva Federal, se produjo la toma de conciencia entre los «hacedores de la economía internacional» de que era posible una expansión del consumo en un escenario de inflación contenida.
El truco radicaba en que el crédito financiara una demanda creciente, que era alimentada por una oferta que constantemente buscaba el abaratamiento de sus costes productivos mediante el aumento de la productividad y a través de una serie de actuaciones que, aunque no nuevas, se expandieron como una mancha de aceite a partir de estos años. Entre ellas, con luz propia, destacaba el offshoring: la deslocalización de la producción de bienes y servicios allí donde su elaboración resultase más barata.
Todo este arsenal de medidas se puso en marcha con la re-cesión de 1991, cuya llegada a España se retrasó hasta el fin de los Juegos Olímpicos y de la Expo de Sevilla. La recesión del 91 ha sido una de las más cortas de la historia reciente; coincidió en el tiempo con la primera guerra del Golfo y con la desapari¬ción de la Unión Soviética y tuvo su manifestación en una fuer¬te restricción del consumo. ¿Cómo se salió de ella? Dando cré¬dito a quien no se le hubiera concedido antes y permitiendo endeudarse a quienes jamás se les hubiera anteriormente per¬mitido; de alguna manera de la recesión se salió, podría decir¬se, utilizando una técnica muy antigua: imprimiendo billetes, pero esta vez sin imprimirlos físicamente.
El resultado fue satisfactorio, tal y como muestran los in-crementos habidos en los PIB, tanto de la OCDE como a nivel mundial:
Año         OCDE     Mundo

1991 0,8 1,8
1992 1,9 2,5
1993 1,3 2,6
1994 2,9 3,9
1995 2,0 3,7
1996 3,0 4,2
1997 3,4 4,2
1998 2,7 2,8
1999 3,4 3,6
Insistamos en ello: la rápida recuperación de la recesión de 1991 se produjo gracias al crédito y al aumento de la deuda privada, pero tuvo una consecuencia que entonces nadie vio o nadie quiso ver: la creación de una bola de nieve cuyo tamaño fue aumentando aceleradamente. Se concedían créditos para invertir y para consumir, pero no para sostener, sino para crecer. La economía fue basándose cada vez más en el crédito, máxime cuando a partir de 1998 se generó la burbuja punto-com: la especulación financiera basada en las acciones de las compañías vinculadas a internet —¿recuerdan la compañía española Terra?—: «En este mercado, mientras más dinero se pierda, más valioso se es».?
Una nueva vuelta de tuerca se dio con la recesión del año 2000, cuyo desencadenante fue la explosión de la burbuja de internet y que se manifestó a partir de los sucesos del 11-S.
Año         OCDE     Mundo

2000 3,8 4,7
2001 0,8 2,2
2002 1,6 2,8
¿Cómo se salió de esa recesión? Nuevamente recurriendo al endeudamiento, pero en esta ocasión de forma masiva, cre¬ciente, coincidiendo, además, con el hundimiento de los tipos de interés, y trasladando al mundo inmobiliario y a la especulación financiera a él asociada el crecimiento económico, un crecimiento basado en la creencia de que el valor —y el precio— de un inmueble nunca desciende, y también extendiendo la concesión de créditos hipotecarios prácticamente a cual¬quier persona que lo solicitase;10 a ello se unió un aumento brutal de los créditos al consumo necesarios para financiar el hiperconsumismo individual y familiar. (Al final del proceso, tras la constatación del fiasco de las hipotecas basura, las sub-prime, en septiembre de 2007, se produjeron inyecciones ma¬sivas de capital en la especulación con las materias primas, que se manifestó en precios del petróleo cercanos a los 150 USD por barril en julio de 2008.)
El resultado de esta hipercreditización fue un elevado crecimiento —véase el cuadro de la pág. 99— entre el año 2004 y el 2007, pero a costa de un aumento sin parangón en el endeudamiento: se estaba creciendo a base de crédito, crédito que muchas entidades financieras nutrían con fondos demandados a otras entidades financieras en infinita sucesión: el caso español sirve como ejemplo.
La manifestación de esta acumulación de deuda titulizada y negociada hasta la saciedad se produjo en septiembre de 2007.

EL PERÍODO DE PRECRISIS

Septiembre es un mes más del año: principia el otoño, el vera¬no puede darse por acabado con el inicio de los colegios, es el mes de la vendimia. Pero el mes de septiembre del año 2007 será recordado en los libros de historia por haber sido el mes en que dio comienzo el período de precrisis que, a mediados del 2010, desembocará en una crisis sistémica, la crisis económica y social más profunda por la que el capitalismo ha pasado desde la Gran Depresión de la década de 1930, y que supondrá la reformulación de una serie de elementos que caracterizan su modo de producción.
Además, el mes de septiembre de 2007 marca el principio del fin del sistema económico en que nos hallamos inmersos desde hace casi dos siglos, ya que la crisis de 2010 hará evolucionar el sistema siguiendo un proceso estructuralmente semejante al que el sistema mercantilista vivió en la segunda mitad del siglo XVIII hasta su total transformación en uno muy diferente: el nuestro. La crisis del 2010, por tanto, será consecuencia del proceso de muerte de la estructura actual; muerte que, por dramática que pueda parecer, no hace más que encuadrase en la dinámica histórica que lleva aconteciendo los últimos dos mil años. Ésta supone que los sistemas, como todo ente vivo, nacen, crecen, evolucionan, se agotan y mueren.
La tendencia que está manifestándose en el sistema nace tras el estallido del crash del 29 y se muestra en el estado de bienestar en el que el planeta ha estado inmerso, una bonanza que ha ido llevando a la economía mundial hacia una situación continuada de «ir-a-más».
 Esa tendencia significó una ruptura radical con el pasado, ya que supuso un cambio drástico en el modo como «se ha-cían las cosas», que se manifestó a través de la unión entre trabajo e instinto de supervivencia que se dio en la sociedad y que se dirigió hacia ella, y que se concretó en un crecimiento económico continuado y sin parangón en la historia. Sin embargo, tal bienestar, tal etapa de «ir-a-más», de crecer, ha dejado de lado algo imprescindible: la estabilidad.
La estructura actual se halla en proceso de profunda modificación debido a que la búsqueda del éxito individual, con-sustancial a la evolución que ha experimentado el sistema, ha desatendido la necesidad de cumplir las cláusulas de estabilidad contenidas en el proyecto iniciado en 1929. El giro adoptado por el sistema tras el crash del 29 ha hecho que el planeta haya crecido, mucho, muchísimo, cada vez con más fuerza, pero a costa de entrar en un gasto de todo tipo de recursos desmedido e insostenible que, en la mayor parte de las ocasiones, ha derivado en el puro y simple desperdicio.11
El motivo de tal desperdicio ha sido la propia filosofía capitalista. El capitalismo es individualista, es decir, cada individuo debe mirar para sí —hacer lo mejor posible lo que le corresponde hacer— a fin de avanzar en su evolución personal, lo que incluye obtener la máxima ganancia en los actos económicos en los que participa, y de lo que se deriva que ningún ente supraindividual, como el Estado, ha de preocuparse de los problemas y quehaceres de los demás porque cada cual debe resolver sus problemas por sí mismo.12 En consecuencia, cada individuo actuará del mejor modo que pueda y sepa para sí; pero esa forma de proceder lleva implícito el desperdicio de recursos.T3
Entre 1973 y 1984, con las dos crisis energéticas, el sistema avisa de que al ritmo de consumo a que están siendo so-metidos los recursos, especialmente el petróleo, difícilmente se podrá continuar avanzando al ritmo adoptado desde 1950.
La respuesta llega en la década de los ochenta con el inicio de la mejora de la productividad, pero ello tiene una consecuencia muy perniciosa para el sesgo consumista en que desde el final de la segunda guerra mundial se basa el sistema, ya que des¬vincula el crecimiento económico del empleo de los factores productivos, de tal modo que comienza a ser posible crecer sin aumentar proporcionalmente la cantidad de población ocupada; sin embargo, este principio individualista no se eli¬minó, ni siquiera se matizó; es más, se aceleró: la aparición de los yuppies y la expansión del proceso globalizador lo atestiguan. 14
En los años ochenta se tendría que haber diseñado una estrategia colectiva y participativa a fin de optimizar la utilización de los recursos, una estrategia que hubiese redundado en la disminución de su consumo; no se hizo porque era imposible, ya que continuó pensándose en términos de individualismo tal y como marcaba el principio capitalista. Debido a la evolución sistémica, tal estrategia fue ya inimaginable a partir de 1995, cuando el proceso se convirtió en postglobal gracias a las tecnologías de la información y de la comunicación: las TIC.
Es decir, hemos llegado a un punto en que el sistema está agotado porque, en su forma actual, ya no es sostenible.
La crisis del 2010 será de características muy parecidas a la de 1929: fin de un modo de hacer las cosas, aunque, a diferencia de lo sucedido en 1929, el hundimiento no llegará por sorpresa; de hecho, no está llegando por sorpresa.
La sociedad de los años veinte vivía totalmente centrada en su presente inmediato, en el día a día; la de 2010 dispone de una amplia perspectiva temporal. Entonces la crisis se pre¬sentó, literalmente, de ahora para luego; ahora la caída se está produciendo a cámara lenta desde el mismo momento en que comenzó el último boom en el año 2003 y, más concretamente, desde la manifestación de la problemática de las hipotecas basura en septiembre de 2007.

Este tiempo previo —la precrisis— del que ahora disponemos nos posibilita instaurar una serie de amortiguadores, fundamentalmente financieros y presupuestarios. Además, el modelo de protección social —inexistente en los años treinta—, aunque no sea simétrico en todos los países ni se dé en to¬das las economías, mitigará el impacto de la crisis cuando esta¬lle en 2010; no obstante, el efecto compensador del modelo de protección social será limitado y decreciente debido a los progresivos recortes que la propia evolución del sistema lleva tiempo forzando en el modelo, recortes que se acrecentarán a medida que la crisis vaya ocasionando el descenso en los ingresos públicos al ir menguando la recaudación fiscal.15

En septiembre de 2007 todo comenzó a transformar¬se. Rápidamente fue imponiéndose la idea de que las cosas no iban tan bien como hasta aquel momento, sobre todo los políticos, habían asegurado. Esa constatación está siendo paulatina, aunque sus efectos son acumulativos y están incidiendo, sobre todo, en la confianza: el link que mantiene conectados todos los elementos del sistema, una confianza que lleva meses decreciendo y agrietándose, máxime desde que a partir del verano de 2008 comenzaron las intervenciones masivas y directas en numerosas entidades financieras tanto de Estados Unidos como de Europa, realizadas directamente a través del Estado o de otras entidades privadas que contaban con el soporte del Estado; de hecho, en estas intervenciones se detecta el germen de la concentración que paulatinamente irá imponiéndose en el subsector financiero de todos los países.

Las intervenciones de unas entidades en otras, incluso del Estado en países tan contrarios al intervencionismo estatal como Estados Unidos, se enmarca en el decorado de cierta previsión que diferencia la crisis de 2010 de la de 1929, intervención que, desde los primeros momentos, se ha traducido en la imposición de políticas y medidas concretas como precio


a la recepción de las ayudas estatales, medidas que fueron aceptadas como un «mal menor».16

Así, la crisis que dará comienzo en el 2010, por un lado, será menos dura que la de 1929 debido a que se está contando con un período previo en que pueden tomarse medidas prepa¬ratorias. Sin embargo, a nivel social, y a diferencia de la del 29, en la que la institución familiar aún desempeñó un importante papel al brindar apoyo a sus miembros, en ésta ni la familia ni ningún otro apoyo de semejante calibre estará presente, al contrario. Pero, por otro lado, será más trascendental que aquélla, pues se producirá en un entorno de agotamiento sistémico. Tras la del 29, la tendencia fue la mejora: «ir-a-más», ahora, tras alcanzar un máximo bienestar, la tendencia está apuntando ha¬cia el empeoramiento, hacia el «ir-a-menos».
En 2010, como el concepto de responsabilidad personal será uno de los ejes fundamentales de la nueva filosofía ya gestada, los apoyos exteriores a la persona, como los procedentes del Estado, serán prácticamente inexistentes; a lo sumo, aunque a nivel únicamente individual, cabe pensar en la instauración de una especie de subsidio de subsistencia que garantice la supervivencia con unos mínimos, hoy inimaginables e inaceptables, para la ciudadanía de los países desarrollados y a fin de que sus perceptores se impliquen activamente en la búsqueda de alternativas, es decir, se responsabilicen de su propia existencia.
La sensación que desde el verano de 2008 comenzó a asentarse en las mentes de las ciudadanías se fue traduciendo en una muy suave aunque creciente reducción del consumo, sobre todo desde la primavera del 2008, y abiertamente desde el verano de dicho año.
Los políticos de los diferentes gobiernos europeos, el gobierno de Estados Unidos, el japonés, el ruso, incluso el chino han ido lanzando mensajes de calma y desmintiendo una problemática que ha ido ganando fuerza día a día. A lo largo
de 2008, según la definición técnica de recesión, diversos paí¬ses han entrado en ella: Dinamarca e Irlanda fueron los pri¬meros; en otoño, Francia reconoció que probablemente acabaría el año 2008 con dos trimestres de crecimiento negativo del PIB, poco importa que, cuantitativamente, no fuese así.17
La economía mundial lleva años funcionando por inercia, con el piloto automático en gran medida programado con la filosofía inherente a la divisa «el mundo va bien». Lo que en el fondo significa esto es que el sistema no está preparado para actuar en situaciones de verdadero riesgo porque lleva muchísimos años sin enfrentarse a una auténtica crisis. Por ello, las medidas que se están adoptando y se adoptarán hasta mediados de 2010 serán un «ir a salto de mata», un ir «tapan¬do agujeros», sin un plan determinado, intentando salvar la situación, salir del paso sin tener la percepción cierta de que la economía mundial se halla a las puertas de una crisis sistémica, y creyendo, en un principio, que se trata de un revés temporal. El problema reside en que no se ha prestado suficiente atención a los cambios acaecidos desde 1995.
Como sucedió entre 1748 y 1762, cuando la evolución llevó a una nueva filosofía en el sistema mercantilista, la que sentaría la base filosófica del sistema capitalista, desde 1995 se ha estado definiendo una nueva filosofía en el sistema, una nueva filosofía que habla del individuo como parte de un colectivo, no como un ente disgregado de la colectividad, tal y como estableció el capitalismo en sus inicios; un colectivo paulatinamente modelado por una productividad creciente y por una progresiva tendencia a usar más que a poseer, un colectivo cada vez más influido por la necesidad de comunicación en todos los ámbitos, incluido, cómo no, el productivo.
Paralelamente, el consumo de recursos y, más aún, la evo-lución esperada de la tendencia del consumo de recursos —de todo, incluido el consumo de algo que hoy es esencial: el ancho
de banda por el que transitan las comunicaciones— muestra un panorama insoportable para el stock de recursos hoy existente y disponible.
En septiembre de 2007, este hecho comenzó a manifestar-se con toda su crudeza (como muestra sirve el incremento espectacular experimentado por el precio del crudo entre me-diados de 2007 y mediados de 2008, y en el que influyeron tanto la tendencia de oferta y demanda como la especulación financiera sobre sus futuros). Una vez la crisis estalle, esto su¬pondrá la paulatina imposición de limitaciones al uso y al con¬sumo de recursos, bien a través del aumento de sus precios, bien a través de la restricción o denegación de su consumo, lo que acarreará la muerte de algunas actividades, que se revela¬rán ineficientes cuando se les impida el desperdicio.
A la vez, todas las deficiencias del sistema que hasta ahora se han ido constatando pero que habían quedado enmascara¬das por la consigna «el mundo va bien», se evidenciarán: los problemas en el comercio internacional, la dependencia financiera de Estados Unidos, las tensiones que provocará un cada vez más devaluado dólar estadounidense, las consecuencias de la hiperespeculación financiera, del crédito concedido sin las más mínimas precauciones de seguridad, los crujidos de las varias Europas dentro de una Europa que no acaba de cohesionarse, los insuficientes pero crecientes gastos sociales, el agotamiento de la capacidad de endeudamiento de las familias, las diferentes burbujas inmobiliarias...
A partir de septiembre, todo lo anterior desembocó en una situación de recortes en la actividad (plasmada en un progresivo incremento de la tasa de desempleo) y de crecientes tensiones sociales. En consecuencia fue menguando la confianza, lo que contribuyó a que se degradara la situación y se desvaneciera la sensación de bonanza, cuyas implicaciones —mayor consumo, mayor endeudamiento— comenzaron a pasar factura.18
En septiembre empezaron a darse dos fenómenos. Por un lado, la volatilidad en los mercados bursátiles comenzó a crecer, lentamente al principio, y a pesar de que la tendencia de las Bolsas no fue, de entrada, decreciente, a la vez, las materias primas y cotnmodities en general, muy especialmente el petróleo, empezaron a ser utilizadas de forma especulativa; poco importa que meses después su precio se hundiera, el mensaje estaba lanzado: había que mantener los rendimientos —financieros— al precio que fuese.
A lo largo de los meses de febrero y marzo, tanto en Esta-dos Unidos como en la Unión Europea, van siendo cada vez más necesarias las constantes inyecciones de liquidez en el sis¬tema realizadas por el Banco Central Europeo y por la Reserva Federal. Se pretende paliar así la sequía crediticia provoca¬da por la creciente desconfianza que las entidades financieras se profesan a raíz de la situación creada por las subprime y por los bonos de baja calidad, aunque altamente calificados por las agencias de valoración, y que ha llevado a que los bancos no se presten fondos, lo que ha ido originando la parálisis del crédito. El 12 de marzo, el Fondo Monetario Internacional bendice que se utilicen fondos públicos para sostener bancos con problemas. Coincidiendo en el tiempo, comienza en Estados Unidos la «era del desendeudamiento».
Uno de los componentes esenciales de la crisis que dará comienzo en el 2010 será —ha sido— el progresivo proceso de desregulación de los servicios financieros, iniciado en Estados Unidos en 1980 con la derogación de la normativa im-plantada en 1933 por la que los bancos de inversión no podían adquirir bancos comerciales, y viceversa; en 1999, la Gramm-Leach-Bliley Act acabó con ciertas regulaciones que aún sobrevivían. Animada por la ausencia de regulación esta-tal y por las exigencias de sus juntas de accionistas de obtener mayores beneficios y crecientes cotizaciones de sus acciones, la gran banca estadounidense se lanzó a una política orienta-
da al crecimiento, sustentada en el crédito y basada en tasas de apalancamiento en aumento.
Ante la dimensión de las consecuencias que tal política estaba empezando a insinuar, junto con el desconocimiento del volumen de activos «basura» emitidos y aceptados por las entidades financieras de todo el mundo, se entró en un proceso de ralentización del crédito que coincidió con el parón del subsector inmobiliario que, desde hacía un año, se estaba produciendo en los países en los que se había generado un boom de la construcción: fundamentalmente, Estados Unidos, Reino Unido (sobre todo Inglaterra), España, Irlanda y Australia; el boom de la construcción: el mecanismo utilizado por la banca estadounidense para crear los activos «basura» y extenderlos por todo el planeta.
A lo largo de 2.008 la realidad iba mostrando lo que las previsiones realizadas en todos los países mostraban: el progresivo empeoramiento de la situación económica.^ Todos los macroagregados sufrieron este deterioro, pero fue en el subsector financiero donde, debido a su protagonismo, este pro¬ceso se puso de manifiesto más visiblemente:
—16 de marzo: A fin de evitar su quiebra debido a la progresiva degradación del valor de sus activos, y con el respaldo de la Reserva Federal, el banco comercial J.P. Morgan ad¬quiere el banco de inversión Bear Stearns.
—11 de julio: El Congreso de Estados Unidos aprueba el rescate del mercado hipotecario. La medida respalda expl-citamente las entidades hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, que poseen casi la mitad de la deuda hipotecaria nacional (25 billones de dólares; estas entidades compran las hipo-tecas aprobadas por las entidades que prestan el dinero para luego venderlas a inversionistas). La responsabilidad del Esta¬do es directa pues se trataba de entidades semipúblicas; de he¬cho, el Estado había asegurado muchas de las operaciones realizadas por ambas.
—6 de septiembre: El Tesoro estadounidense decreta la nacionalización de las entidades hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac.
—14 de septiembre: Se produce la quiebra (la mayor de la historia estadounidense) de Lehman Brothers, uno de los gran¬des bancos de inversión estadounidenses; a su vez, otro banco de inversión, Merrill Lynch, es absorbido por Bank of America debido a sus problemas. Caída generalizada de las cotizaciones bursátiles.
—L5 de septiembre: El Fondo Monetario Internacional declara que «lo peor está por llegar».
—16 de septiembre: Inyecciones masivas de liquidez reali-zadas por la Reserva Federal estadounidense, el Banco Cen-tral Europeo, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón, a fin de reducir la tensión en los mercados.
—17 de septiembre: En Estados Unidos, la Reserva Fede-ral decreta la nacionalización de AIG, la mayor aseguradora del mundo.
—18 de septiembre: El gobierno estadounidense aprueba un plan de rescate estatal (0,7 billones de dólares) a fin de que bancos estadounidenses y no estadounidenses pero con nego¬cios en Estados Unidos puedan cambiar sus activos contami¬nados por dinero público. Sin embargo, no se pondrán en marcha otras medidas de compensación social. Las decisiones tomadas por el plan, así como los gastos a que dé lugar, serán considerados procedentes. Hasta al cabo de seis meses el Te¬soro no tendrá que dar cuenta al Congreso. La responsabili¬dad del Estado en las consecuencias de su actuación será nula.
—También en Estaños Unidos, la Reserva Federal obliga a los bancos de inversión Goldman Sachs y Morgan Stanley a convertirse en bancos comerciales, por lo que quedarán suje-tos a control por parte de la Reserva Federal. Esta medida su¬pone la desaparición de la banca de inversión como tal en Es¬tados Unidos.

—26 de septiembre: La entidad de ahorro estadounidense Washington Mutual, la principal caja de ahorros del país, es adquirida por J.P. Morgan.
—27 de septiembre: Irlanda es la primera economía de la Unión Económica y Monetaria (UEM) que entra en recesión técnica.
—28 y 29 de septiembre: Intervenciones de varios gobier-nos europeos en diversas entidades bancarias a través de otras entidades bancarias. Caos en los mercados financieros y caída de las cotizaciones bursátiles.
—30 de septiembre: Los Estados irlandés y griego deciden garantizar el 100% de sus depósitos bancarios, lo que provo-ca tránsitos desde entidades financieras británicas hacia otras irlandesas.
—4 de octubre: La Cámara de Representantes de Estados Unidos aprueba el Acta de Estabilización Económica de Ur-gencia 2008, por la que el Estado destina 0,7 billones de dóla¬res para sostener el sistema financiero, lo que representa la mayor dotación intervencionista desde el crash de 1929.
—5 de octubre: El Estado alemán declara que garantizará el 100% de los depósitos bancarios.
—16 de octubre: Propuestas para una reunión del G8 y Brasil, India, China y Sudáfrica en noviembre o diciembre, a fin de abordar la reforma del sistema financiero internacional. Gordon Brown, primer ministro británico, manifiesta que ya ha elaborado un proyecto de programa: en el corto plazo, es-tabilizar el subsector financiero a base de intervenciones en la banca, a fin de restaurar confianza; en el medio y largo plazo, realizar reformas en la arquitectura —estructura— financiera introduciendo elementos supervisores (de forma inmediata, creación de treinta colegios de supervisores que se ocupen de las mayores instituciones transfronterizas); también, convertir al Fondo Monetario Internacional en un superinspector que vigile si se cumplen los objetivos fijados; esa función deberá

ceñirse a unos estándares que se aplicarán en todos los Es-tados).
—Ese mismo día, la UEM acuerda la creación de un grupo para atender las situaciones de crisis financieras que se manifies¬ten, grupo que podrá ser convocado en cualquier momento por cualquier miembro que sufra una crisis financiera; también plantea la necesidad de reforzar la supervisión del subsector fi¬nanciero y que la lucha contra el cambio climático sea abordada por cada país mientras dure esta situación de tensión económica.
—17 de octubre: El Estado suizo entra en el capital de la banca UBS debido a la grave situación financiera que afecta a la entidad.
—18 de octubre: George W. Bush ofrece Estados Unidos para acoger una cumbre de líderes internacionales a fin de abordar las vías de solución a la actual problemática financie-ra y las formas de evitar que en el futuro se produzcan crisis similares. Realiza el anuncio tras mantener una reunión con el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.
—21 de octubre: El presidente de Francia, en una inter-vención ante el Parlamento europeo, defiende la creación de un «gobierno económico claramente identificado» en la zona euro y en colaboración con el Banco Central Europeo. Asi-mismo, propone que los países de la Unión Europea creen sus propios fondos soberanos y los coordinen entre sí a fin de in¬vertir en las empresas comunitarias y evitar que caigan en ma¬nos de capital extranjero en un momento en que su cotización bursátil se encuentra en mínimos históricos.
—La Reserva Federal estadounidense decide avalar por un importe de 412.000 millones de dólares la compra de activos (pagarés, papel comercial...) de 50 fondos de inversión del mercado de dinero, fondos que se dedican a comprar este pa¬pel a empresas que los utilizan para sus gastos corrientes. La medida estará en vigor hasta abril de 2009.

—En Francia el Estado destinará 5.000 millones de euros a financiar a los ayuntamientos que no consigan financiación para su deuda.
—El gobierno argentino decide nacionalizar los fondos de pensiones privados. Justifica la medida como garantía del co-bro de las pensiones, pues esos fondos pueden estar contami¬nados; como el hecho coincide con una grave situación finan¬ciera para el Estado, la lectura popular es que lo que pretende el Estado es disponer de los fondos de las pensiones y atender pagos corrientes.
—27 de octubre: En Estados Unidos se firma el acuerdo por el que el Estado nacionalizará parcialmente las nueve mayores entidades financieras del país y diez entidades regionales.
—En Kuwait, coincidiendo con la caída en el precio del petróleo (147 dólares estadounidenses a principios de julio de 2008, 59 el 27 de octubre), el Gulf Bank, el segundo mayor banco, es intervenido por el Estado debido a las pérdidas oca¬sionadas por sus inversiones en derivados bancarios y la de¬preciación del euro frente al dólar, lo que no impide retiradas de depósitos; a la vez, cae la Bolsa. En Dubai se da un fuerte enfriamiento de la demanda inmobiliaria.
—28 de octubre: El primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, esboza las que deben ser las líneas sobre las que se base la nueva «gobernabilidad» —la nueva estructu-ra— financiera internacional: 1) Refundar el sistema financie-ro internacional, para lo que el FMI debe disponer de los re-cursos precisos para intervenir cuando sea necesario (por ello propone que China y los países petroleros del Golfo entren en el FMI), lo que lo convertiría en el Banco Central del mundo. 2) Poner en marcha reformas a partir de conclusiones sacadas de la actual situación. 3) Hacer lo necesario para que se recu¬pere la confianza.
—29 de octubre: La Comisión Europea anuncia un plan de apoyo a la economía real cuyos objetivos declarados son

«proteger el empleo, el poder adquisitivo y la prosperidad de los ciudadanos». Será presentado el 29 de noviembre. El plan se basará en medidas de corte keynesiano para impulsar la de¬manda: anticipar pagos de proyectos cubiertos por los fondos de cohesión, ampliar los criterios de utilización del Fondo de Ajuste a la Globalización, reforzar el capital del Banco Euro¬peo de Inversiones a fin de atender a las pymes, reprogramar los recursos del Fondo Social Europeo a fin de «reintegrar a los desempleados en el mercado laboral», destinar ayudas a los desempleados para que creen empresas, estimular la efi¬ciencia energética, promoviendo los automóviles verdes, por ejemplo mediante la concesión de préstamos a bajo interés a la industria del automóvil para su construcción, fomento de la exportación... El requisito de equilibrio presupuestario, que el déficit presupuestario no sobrepase el 3 % del PIB, será interpretado con flexibilidad.
—30 de octubre: Dominique Strauss-Kahn, el director del FMI, anuncia que en la reunión del G20 del 15 de noviembre en Washington propondrá una estrategia de regulación glo¬bal en torno a cinco ejes: 1) nuevo préstamo para solventar problemas de liquidez a corto plazo; 2) aumentar los recursos del FMI; 3) analizar las políticas económicas ejecutadas que han conducido a las burbujas financieras; 4) supervisar las nuevas regulaciones financieras diseñadas por el FMI y el Fo¬ro de Estabilidad Financiera (los grandes Bancos Centrales); 5) ayudar a replantear un sistema mundial más coherente. Dijo que el FMI no puede contentarse con ser un bombero.
—3 L de octubre: En el Reino Unido, el Barclays Bank, ne-cesitado de liquidez, como era de prever, vende el 31 % de su capital a dos fondos soberanos de Qatar y Abu Dabi, presu¬miblemente a fin de que el gobierno británico no investigue sus cuentas.
—2 de noviembre: El Estado luso nacionaliza el Banco Portugués de Negocios debido a sus pérdidas ocultas.

—7 de noviembre: Los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea acuerdan que la UE presente una serie de pro¬puestas para definir un nuevo papel para el FMI en la reunión del G20 del 15 de noviembre, de modo que sea el auténtico gobernante de las finanzas planetarias, por lo que habrá que dotarlo de los instrumentos que necesite. El objetivo será «prevenir las crisis financieras y extender la competencia del FMI al conjunto de las cuentas de capital». Los grupos de trabajo que sean nombrados deberán entregar en cien días (a mediados de febrero de 2009) las propuestas concretas. Paralelamente, la UE propondrá: someter a especial vigilancia a las agencias de calificación de riesgos, la convergencia de las normas contables y la revisión del principio de «valor razona¬ble» en la contabilidad a fin de que se aproxime al «principio de prudencia», establecer normas de regulación subsectorial que sean aplicables a todo territorio y a todas las instituciones, y establecer un manual de comportamiento para las entidades financieras para que no asuman riesgos excesivos.
—13 de noviembre: Cinco de los principales inversores estadounidenses en fondos de alto riesgo son llamados a declarar ante una comisión de investigación de la Cámara de Representantes por el papel desempeñado por estos fondos en la génesis de los problemas financieros internacionales (8.000 fon¬dos de alto riesgo o hedge funds mundiales mueven más de 1,5 billones de dólares).
—15 de noviembre: Cumbre del G20 (más España y Países Bajos). Documento final: el FMI pide que los países destinen el 2% de su PIB a rebajas de impuestos a fin de estimular la economía. Antes de finales de diciembre debe haberse desencallado la Ronda de Doha a fin de profundizar en la liberación del comercio mundial. Regulación de mercados, productos y agentes financieros. Redefinición del funcionamiento de las agencias de calificación. Deben crearse cámaras de compensación de los intercambios en los mercados de tal modo que, mediante el cobro de una prima, se aumenten las garantías (esto se hace porque con los seguros de impagos de créditos, los Credit Default Swap [6o billones de dólares] los intercambios se realizan de forma bilateral y sin garantías de pago si, finalmente, se produce el impago). Supervisión de los hed-ge funds. La norma que ajusta los activos trimestralmente a su valor de mercado es óptima, aunque se verá si debe ser re¬visada cuando los mercados no funcionen adecuadamente. Analizar si el capital de las entidades financieras es el conve¬niente. Los paraísos fiscales ya no están de moda. (A finales de diciembre todo el mundo económico y financiero está con¬vencido de que la reunión de Washington fue inútil.)
Llegado este punto, lo que estaba poniendo de manifiesto esta rápida evolución de los acontecimientos no era más que el agotamiento de un sistema que ya se sentía incapaz de re-vertir la situación por la que iba deslizándose. La sucesión de parches que en los meses siguientes fueron aplicando en el sis¬tema financiero los diferentes Estados consiguieron mantener la situación bajo cierto control hasta la conclusión del proceso electoral en Estados Unidos.
Consecuentemente, a medida que vaya aproximándose el año 2010 o irán imponiéndose los conceptos utilidad, eficiencia, no desperdicio, aprovechamiento, aunque ello suponga el abandono de posiciones hasta ahora inamovibles. Así, en Europa comenzará a abordarse una idea en su momento abandonada, la de «geometría variable»;20 el tipo de interés puede no ser único y estar vinculado al destino que se pretenda dar a los capitales solicitados. A la vez, los conceptos colectivo, coordinación, colaboración —aunque sea asimétrica— irán adquiriendo una creciente importancia. En este momento será obvio que la idea de ilusión es algo que, definitivamente, ya pertenece al pasado.21
Entre septiembre de 2007 y octubre de 2009 se ha producido la fase previa a los años más duros de la crisis: 2010, 2011 y 2012, lo que ha supuesto que se fuesen implementando me¬didas enfocadas a evitar «ir a peor». En este decorado ha ido produciéndose el choque entre todo lo que brinda seguridad —empleo fijo, indexación de salarios con la inflación, respon¬sabilidad social de las empresas, contratos indefinidos de tra¬bajo— y la actuación orientada a la supervivencia —reduccio¬nes de plantillas, cese de actividades, reducciones de riesgos por parte de entidades financieras— pues, al ser la superviven¬cia lo único importante, el mantenimiento de la protección so¬cial, crediticia, laboral... entorpece las actuaciones necesarias para lograrla.22
Por ello, las políticas y actuaciones se centrarán en «lo básico», lo que provocará que se vayan instalando concepciones minimalistas y que gran número de servicios básicos —sanidad, educación...— entren en crisis. Ello afectará de plano al modelo de protección social, cuyo funcionamiento empeorará ostensiblemente —falta de recursos financieros, de profesionales, de materiales y equipos—, así como su grado de cobertura, generalizándose, además, el pago por los menguantes servicios recibidos por parte de sus perceptores —el denominado «copago»—, como ya sucede en varios países europeos.
La paulatina manifestación de este estado de precrisis ha ido desembocando en una situación en la que tan sólo las empresas muy pequeñas, las de tamaño mínimo, o las compañías gigantescas tienen posibilidades de subsistencia. Las empresas de dimensiones mínimas tienen la ventaja de su gran flexibili¬dad y adaptabilidad; las de talla gigantesca, la de tener acceso a enormes recursos aunque a costa de ir realizando constantes recortes y de estar en permanente reorganización. Esta tendencia se acelerará en los próximos años y repercutirá negativamente en la renta de las personas, de hecho, tan sólo la población activa altamente especializada en tareas verdadera¬mente útiles y de alto valor añadido y capaces de desarrollar
una alta productividad tendrán en los próximos años garantizado el acceso a un empleo a tiempo completo.
El resultado de lo anterior será el desconcierto, entre otras razones porque faltará un plan a largo plazo, plan que, por otra parte, será imposible elaborar, porque las políticas hasta ahora utilizadas ya no servirán debido a la transición sistémica en que se hallan la economía y la sociedad, es decir, el sistema. En consecuencia, y como está ocurriendo ahora, tan sólo puede esperarse que en los próximos años vayan diseñándose medidas cortoplacistas a falta de una auténtica estrategia estructurada a largo plazo. En otras palabras: al margen de que se vayan apuntando algunas tendencias de futuro, lo cierto es que no se tendrá una idea clara de qué hacer.
Excepto por algunas protestas y reivindicaciones acaecidas en los últimos dos años, la población está encajando sin excesivos problemas los cambios que ha ido experimentando su estándar de vida; este hecho se ha producido tanto en el mundo desarrollado como en el subdesarrollado; es previsible que esta respuesta continúe en el futuro inmediato, fundamental¬mente porque el número de alternativas va a ser escaso.
Es decir, las ciudadanías de los diferentes países perciben —y continuarán percibiendo— la existencia de problemas que serán muy reales, aunque los vivirían sin demasiadas ten¬siones. Sin embargo, es posible que ciertas estadísticas y que algunos datos puedan llegar a ser ocultados, manipulados e incluso falseados a fin de inyectar ciertas dosis de optimismo entre la población. Paralelamente puede incrementarse el con¬trol político que limite y dificulte la libertad de expresión, control que muy bien podría justificarse por la «lucha contra el terrorismo», lo que facilitará la censura de los temas considerados sensibles.
El período enero de 2008-octubre de 2009 debe ser entendido como un período bisagra en el que el objetivo único será —está siendo— prolongar la situación que se vive, alargar los
 propios recursos —«lo que se tiene»—, a fin de no perderlos: ahorros, ingresos públicos, recursos al crédito, ello independientemente de que el precio de las commodities pueda des-cender, lo que está provocando que se lleven a cabo reducciones generalizadas en todos los órdenes con la aplicación de recortes manifestados en auténticos y masivos «tijeretazos». Se pondrá especial atención al uso que se pretenda dar a los recursos, es decir, a la utilidad potencial de lo que se quiera hacer con ellos. En este período, las valoraciones que se reali¬cen de la situación continuarán teniendo el sentido de «¡aún aguantamos! ».23
Es decir, en esta etapa, va acentuándose el sentimiento de que lo único importante es la supervivencia, por lo que la con-fianza lleva meses decayendo y las creencias, las esperanzas y las ilusiones se tambalean. Especialmente significativo está siendo el impacto que la caída de la confianza está teniendo en la actividad económica —fabril, comercial, crediticia, financiera, bursátil— y particularmente destacable la velocidad de propagación de los efectos de la pérdida de confianza en los elementos característicos del sistema —solidez de la ban¬ca, capacidad de respuesta de los Estados...— manifestada, sobre todo, a partir de mediados de septiembre de 2008.
Los puntos de vista, las percepciones, los discursos han ido tornándose mucho más utilitaristas, más orientados hacia la operatividad, por lo que el mensaje de los políticos ha ido va¬riando, pasando a un entorno más práctico y menos teórico; en este sentido sorprende la rapidez —diez días— con que se decidió la convocatoria de la reunión de los jefes de Estado del G20 celebrada en Washington el 15 de noviembre de 2008.
Las tendencias minimalistas se irán acentuando. Las con-secuencias sociales de ello serán visibles; así, aceleradamente se irá aceptando la idea de que un título no es garantía de empleo, ya que en realidad lo fundamental son los conocimientos —adquiridos de la forma que sea— orientados hacia lo «útil», es decir, que sirvan para incidir en la practicidad de las cosas y para diseñar y elaborar bienes y servicios que sean auténticamente útiles; contrariamente a lo que podría parecer no escasearán fondos para realizar inversiones (en el plane¬ta existe un exceso de liquidez), pero inversiones que estén orientadas hacia la eficiencia.
Durante este período de precrisis ya están adquiriendo un creciente protagonismo una serie de conceptos: coordinación, colaboración, responsabilidad, todos entendidos desde la perspectiva de la operatividad y enfocados a la optimización en el uso de los recursos. La idea será siempre la misma: una serie de personas, de entidades, de instituciones, se coordinan a fin de co¬laborar para alcanzar un objetivo que beneficie al conjunto. Uno de los ejemplos más significativos fueron los planes de rescate / salvamento / apoyo de las entidades financieras diseñados por los gobiernos de los países desarrollados entre finales de septiembre y primeros de octubre de 2008. En consecuencia, este modo de plantear la realidad está teniendo un efecto evidente en el modo de entender la individualidad.
Las circunstancias y la evolución de los acontecimientos están llevando aceleradamente, desde la manifestación del presente período de precrisis en septiembre de 2007, a la conclusión de que gran parte de la solución se halla en una nueva delimitación de los diferentes aspectos de las realidades económica, social y científica, lo que pondrá en marcha un pro¬ceso semejante (en sus principios) a las enclosures iniciadas en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, por lo que se promulgará un gran número de normativas regulatorias que serán el embrión de una nueva estructura.
A lo largo de los meses comprendidos entre septiembre de 2007 y marzo de 2009, momento en que esta obra ha sido publicada, la tendencia ha ido apuntando hacia un progresivo y acelerado empeoramiento de las cosas se tomasen las medidas que se tomaran, lo que ha generado un sentimiento de impotencia en gestores y economistas y se ha traducido en una cre¬ciente desconfianza entre la población de todos los países, rea¬lidad que se irá acentuando en los próximos meses.24
Asimismo, de forma acelerada, se está percibiendo un paulatino descenso en la disponibilidad de recursos —creditcios, financieros, monetarios— e incluso respecto a las commodities, aunque, en la práctica, su oferta no se verá afectada debido a que el creciente desempleo derivará en una renta media en retroceso y en una caída de la demanda.
Manifestaciones del consecuente enlentecimiento de la actividad ya son perceptibles desde hace meses: progresiva de¬gradación en el funcionamiento de los servicios públicos debido a la falta de recursos económicos de los ayuntamientos derivada de la menor recaudación, la ralentización en el ám¬bito monetario y caída en el bursátil, así como de la actividad comercial a nivel internacional, el parón en la inversión pública ya reflejado en los presupuestos estatales del año 2009... Paralelamente, y como consecuencia del continuado debilita¬miento de los Estados, las grandes corporaciones están ya comenzando a adquirir un mayor protagonismo: rumores y ejecuciones de absorciones y opas entre compañías de diversos subsectores, así como medidas llevadas a cabo por parte de los Estados a fin de sostener, sobre todo, a entidades financie¬ras, para evitar su caída por el riesgo sistémico que ello comportaría.
En consecuencia, las medidas que se irán adoptando hasta mediados de 2009 estarán dirigidas a «ir tapando agujeros», pero sin que lleguen a tener un impacto real porque se corresponden con estrategias de un modelo ya superado. El objetivo, por tanto, dejará de ser «trabajar para crecer» para convertirse en «trabajar para aguantar».
Esta situación irá traduciéndose en una creciente falta de expectativas, lo que llevará a que, a lo largo de todo el año 2009, vaya generalizándose la sensación de que «esto se acába». Llegados a este punto, la crisis, de hecho, ya se habrá instalado en el planeta.

LA FASE DE CRISIS

Hacia principios del cuarto trimestre de 2009, la sensación será, previsiblemente, de que se está en el buen camino para solucionar los problemas, de que las medidas adoptadas están dando sus frutos, aunque en un entorno de escasez totalmente alejado de la percepción de bonanza del período 2003-mediados de 2007; esta sensación nacerá del hecho de que, aunque los recursos serán escasos, a base de regulaciones y sacrificios podrá disponerse de lo imprescindible.
A partir de octubre de 2009, y debido a la sensación —of-cial, sobre todo— de que se está en el camino de la recuperación, posiblemente se ponga fin a las políticas restrictivas y minimalistas que se hayan ido adoptando. A la vez irá toman¬do cuerpo la idea de que es preciso un nuevo planteamiento para salir de la situación en que se halla el planeta, por lo que se realizarán serios intentos de aumentar la cooperación a nivel internacional que, pese a los buenos deseos, tan poco había avanzado en meses anteriores.
Sin embargo, de forma paulatina, y hasta mediados de 2010, se irán poniendo de manifiesto las contradicciones existentes entre la filosofía del actual sistema y la concepción de supervivencia propia de una situación de escasez. En gran medida debido a estas contradicciones, se irá extendiendo la percepción de que «las cosas no funcionan» tal y como, según la actual filosofía, deberían funcionar.2?
Como hemos señalado, la Gran Depresión constituye uno de los mejores ejemplos de la combinación de dos de los peores aspectos que pueden darse en una economía: la sobre¬producción y el subconsumo. A principios de 2010 se producirán las primeras manifestaciones evidentes de que una gran crisis está muy próxima, una crisis que no se debe a un sobre-consumo no satisfecho por una oferta limitada, sino a la esca¬sez, tanto de recursos productivos como de capacidad de com¬pra; ésta será una de las semejanzas entre las crisis de 1929 y la que se iniciará en 2010.
A partir de mediados del año 2010 la situación se degradará aceleradamente. Se vivirá al día, por lo que el «que cada palo aguante su vela» será ley. El desencadenante de la crisis, lo que hará que se llegue a la conclusión de que la crisis es inevitable, será, probablemente, un hecho que afecte gravemente a la capacidad de obtención de recursos, caso de algún tipo de desastre natural o provocado.
Debido a la entrada en crisis de los elementos fundamentales de nuestro sistema, se llega al agotamiento de la capacidad de competición, el espíritu que, desde su nacimiento, ha guiado al capitalismo. La razón será obvia: si el objetivo último es la supervivencia, ¿contra quién competir? Ello tendrá un efecto demoledor sobre los principios que daban sentido al concepto de emprendedor: ¿qué riesgo tomar para hacer algo nuevo si el reto consiste en sobrevivir?
Paralelamente, se irá manifestando la falta de disponibilidad energética —petróleo, gas— así como de la mayor parte de los recursos que son esenciales para la actividad económica, lo que acelerará la puesta en marcha de políticas tendentes a la determinación de las necesidades esenciales. Por eso probablemente se implantará la «regulación en el consumo» —el racionamiento— de muchos bienes y servicios que perfectamente puede ser complementado con alzas en sus precios a fin de forzar la reducción del consumo de los bienes y servicios racionados por deba¬jo, incluso, de la capacidad de producción y suministro de la oferta; el objetivo será, claramente, el ahorro de recursos.26
Llegados a este punto se manifestará un problema que hoy ya ha sido abordado por algunos expertos: el excedente

de factor trabajo de, sobre todo, media, baja o muy baja cualificación que en estos últimos años ha desempeñado ta-reas de bajo valor añadido y que, en gran medida, aunque no de forma exclusiva, se halla personalizado en la población de origen inmigrante; a esto se añadirán probables tensiones entre esta población y la autóctona debido a la esca¬sez de empleos y recursos.
La dinámica regulatoria y de delimitación en vigor puede decidir la conversión de ciertos barrios en lugares vigilados en los que aislar personas no necesarias y calificadas como po-tencialmente conflictivas y donde llevarán una existencia marginal. Esta política puede llegar a ser ampliamente respaldada debido a las protestas sociales que la situación llevará meses generando y que, en algunas zonas, podrá dar lugar a la aparición de guerrillas urbanas.27
2011 será un año especialmente duro; de hecho será el peor de todo el período de crisis, lo que augura protestas so-ciales, tumultos y procesos reivindicativos. Debido a las carencias existentes, quienes posean activos tangibles, activos palpablemente útiles, tales como recursos o experiencia, ten-drán auténtico poder. La especialización y la profesionaliza-ción serán, consecuentemente, muy valoradas, al igual que los inventos y las creaciones orientados a la eficiencia y a la optimización, por lo que la productividad aumentará. En un en¬torno como el descrito se exprimirán hasta el límite los recursos que se utilicen, incluido el factor trabajo, por lo que la sensación de «explotación» reaparecerá.
Fácilmente se alcanzarán pactos y acuerdos a fin de coordinar políticas, aunque no excesivamente rígidos, caso del im¬pacto sobre el clima de los procesos productivos realizados según el nuevo enfoque, pudiendo llegarse a tomar medidas correctoras, aunque no por filosofía ecológica, sino debido a las consecuencias negativas que el cambio climático tiene so¬bre los recursos y su disponibilidad.


Debido a ello, es previsible que entre los años 2012 y 2015 se imponga un modelo de economía regulada en todos los países. La población asumirá las regulaciones debido a que éstas supondrán reducir su nivel de preocupación y de incertidumbre, pero también porque el paso en menos de cuatro años de una situación en la que los responsables económicos y los líderes políticos pregonaban las bondades del momento a otro de carencias generalizadas ha sumido a las ciudadanías en un auténtico estado de shock.
La regulación de la economía supondrá, de facto, la implantación de una economía de subsistencia, en la que los intercambios se reducirán a un nivel muy primario, y se recurrirá, en muchas ocasiones, al trueque. En ese escenario, el apoyo de instituciones y Estados estará dirigido, de forma específica y concreta, a las técnicas y los procesos orientados a la transformación de los recursos a fin de aumentar su utilidad y su aprovechamiento. En este entorno, una de las figuras que experimentarán una transformación más profunda será la del Estado.
En efecto, durante los años de crisis la importancia de las corporaciones aumentará aceleradamente consolidando un pro¬ceso que ya empezó en los años ochenta; este protagonismo creciente de las corporaciones se producirá a costa del papel del Estado: aquéllas irán desempeñando roles que hoy éstos llevan a cabo; de hecho, el declive del papel del Estado será uno de los signos más significativos de que el sistema político aún vigente está muriendo, al haber evolucionado el Estado hacia una posición cada vez más prescindible.28
Las corporaciones irán ganando poder en la vida económica y social, y la población lo asumirá y aceptará debido a su mayor operatividad en la gestión de unos recursos crecientemente escasos en comparación con unos Estados que se mostrarán impotentes para funcionar en un entorno que en nada se asemeja al que tenían que administrar apenas unos años antes; la población aceptará el poder de las corporaciones

porque, de hecho, las corporaciones ya ostentarán el poder real cuando la población se aperciba de ello, debido a la creciente sensación de inseguridad económica producida desde septiembre de 2007, que ha ido preparando el camino a una oleada de absorciones empresariales que habrán ido alimentando ese poder corporativo.
En gran medida desarrollado por este poder corporativo, uno de los campos que a lo largo de estos años experimentarán un avance espectacular será la biotecnología en todos los posibles aspectos con ella relacionados, incluida la genética, lo que dará completo desarrollo al concepto de wetware (el hardware construido con elementos biológicos); el objetivo de tales avances será la mejora de elementos específicos de diversos subsectores bajo la óptica de la utilidad, la eficiencia y la productividad.
A lo largo del cuarto trimestre del año 2012 serán visibles los primeros signos de que la fase más dura de la crisis habrá pasado. Se manifestará una mayor accesibilidad a algunos bienes y servicios baratos de primera necesidad que ayudará a sobrellevar la generalizada situación de carencia; en esta línea es posible que se legalice la marihuana del mismo modo que la Volstead Act, la Ley Seca, fue derogada en 1933, durante la Gran Depresión; tal vez también sea gratuito el acceso a múl¬tiples canales de televisión orientados al entretenimiento de una población en gran medida desocupada.
Entre los años 2015 y 2O18, aunque todavía con innumerables problemas, se producirá una paulatina recuperación, pero no como hasta ahora ha sido tradicional tras los períodos de crisis, basada en el consumo: el binomio «crédito ba-rato-dinero fácil» característico del período 2003-2007 está acabado, esa vía jamás volverá.29 En consecuencia, al basarse la recuperación en la eficiencia, es decir, en la productividad, los ingentes excedentes de factor trabajo tan sólo podrán ser mantenidos con la implantación de un subsidio de subsisten¬cia que asegure a esa población excedente un mínimo vital.3°

La recuperación, por tanto, deberá sustentarse en una reestructuración de las relaciones productivas, en el desarrollo de nuevos recursos energéticos y materias primas, a lo que con¬tribuirán los espectaculares avances de la genética. A lo largo del 20 L 8 se irá asentando la percepción de que la crisis estará finalizando.31
A finales del 2018 la crisis se dará definitivamente —oficialmente— por concluida; sin embargo, nada será ya igual que antes de su estallido en el 2010.
Por pura lógica, la mayor parte de actividades que, al me-nos hasta ahora, han sido generadoras de PIB y que han ido desarrollándose en un ambiente de alegría y de aceptada bonanza no podrán seguir siendo las mismas que garanticen la supervivencia en una atmósfera de carencias generalizadas.32
Cuando, a partir de septiembre de 2007, se manifestaron los primeros problemas y la idea de «utilidad» fue calando paulatinamente en el día a día económico y social, las actividades y los subsectores que hasta ese momento habían lleva¬do el peso del crecimiento no podrán seguir siendo los protagonistas, en la recuperación, de la generación de PIB debido a que lo habían sido gracias al crédito fácil, al dinero barato y al endeudamiento galopante.
También en septiembre de 2007 comenzaron a evidenciar-se problemas en el subsector financiero que afectaron a la concesión de nuevos créditos así como a la renovación de mu¬chos de los existentes, lo que fue dificultando la financiación de las actividades empresariales y el mantenimiento de los ni¬veles de gasto de la población, todo ello en un entorno de deuda desorbitada.
Las implicaciones se concretarán, por un lado, en la imposibilidad de mantener el desmedido nivel de endeudamiento privado, lo que afectará negativamente al nivel de consumo; y, por otro lado, en el paulatino cierre de pequeñas y medianas empresas o a la reducción de sus dimensiones debido al estrechamiento continuado de sus márgenes, al descenso en el consumo y, por último, a la subida de los precios reales de la energía o de otros insumos, lo que irá incidiendo negativamente en sus costes.
A la vez, las crecientes reivindicaciones sociales que ya comenzaron a producirse en septiembre de 2007, junto con la multiplicidad de problemas manifestados en el sector finan-ciero mundial, han ido desincentivando el consumo, pero sobre todo han ido generando un sentimiento de falta de con-fianza que ha ido alimentando una espiral deflacionista: alto nivel de endeudamiento, menor oferta crediticia, menor de-manda de créditos, menor inversión, mayor desempleo de factores productivos, menor consumo...
En una dinámica tendencial de escasez de recursos y de gasto a la baja, las actividades vinculadas al aprovechamiento y a la optimización van a tener amplio recorrido. Profesiones relacionadas con la rehabilitación de todo tipo de elementos, con la recuperación, la reparación y la reutilización de bienes que hasta ahora eran desechados, así como con el reciclaje de artículos que hoy son considerados desperdicios y, por tanto, no son aprovechados, van a tener el éxito asegurado, para constituir el que puede ser denominado el sector R.
Es decir, primará la idea de reutilización, el concepto de barato, de outlet, de mercadillo, de útil, en definitiva, tanto porque las cantidades de recursos disponibles van a ser escasas como porque las rentas individuales medias van a sufrir un importante retroceso, a la vez que la capacidad de endeudamiento personal prácticamente desaparecerá.
Evidentemente, todos los aspectos relacionados con la lo-gística van a ser esenciales, fundamentalmente porque una in¬mejorable logística es la base de la mejora productiva, al posibilitar la correcta administración y al contribuir a lograr costes aquilatados.
Y también, como ya se ha dicho, la biotecnología y la gené¬tica serán campos que experimentarán un desarrollo especiacular, aunque estarán reservados a grandes consorcios y a re¬des de colaboración, pues precisan de cuantiosas inversiones.
La creación de nuevos elementos va ser cada vez más difícil, por lo que habrá que sacar partido a todo lo existente; ésa será la idea fundamental de ese período, idea que puede ser resumida en una frase: «Lo necesario es lo importante».
Por otro lado, aunque la crisis será global, no todos los países sufrirán por igual sus efectos. De acuerdo con una posible evolución de los acontecimientos según lo hasta ahora acontecido, y considerando las estructuras económicas y sociales de las diferentes economías, pueden predecirse las siguientes tendencias.
La evolución de la economía de Estados Unidos durante la crisis será muy negativa. La crisis supondrá el fin de un período expansivo que comenzó en 1914, con el inicio de la primera guerra mundial, período expansivo que, sobre todo en los tres últimos decenios, ha estado sostenido por el resto del mundo a través del aporte continuado de capitales a su economía, lo que finalizará a medida que la situación económica vaya empeorando.
Tal evolución, en un país en el que, medido sobre el PIB, el consumo privado casi representa un 70% y el endeuda-miento alcanza el 320%, tendrá amplias repercusiones socia-les que podrán desencadenar importantes disturbios, que se verán agravados por el hecho de que una parte significativa de su ciudadanía posee armas de fuego. Los crecientes problemas en la economía estadounidense incrementarán la desconfianza y afectarán a la evolución de todas las economías, al ser el dólar estadounidense unidad de cuenta mundial y depósito de valor planetario.
En Alemania, desde el mismo año 2008, se ha ido produciendo una evolución cada vez más negativa. El país generará ideas de calidad, pero carecerá de los recursos necesarios para llevarlas a la práctica; justo lo contrario de lo que le sucederá al

Reino Unido. El hecho de que este país nunca acabe de estar to¬talmente vinculado a ninguna organización le está dando una gran libertad de acción para realizar lo que considere más con¬veniente. Detengámonos un momento en esta economía.
La economía británica tiene tres características que la ha-cen única: 1) no pertenece a ninguna área monetaria, ni forma parte de ninguna hiperasociación económica internacional con reglas imposibles de cumplir o con normas imposibles de saltarse, 2) el modo de ser británico es esencial, eminente e in¬trínsecamente práctico y flexible, y 3) históricamente Inglate¬rra (utilizo conscientemente esta denominación y no la de Rei¬no Unido) ha demostrado tener «ideas», ideas que, puestas en práctica, han evidenciado su utilidad y sus posibilidades.
En muchos aspectos el Reino Unido es un micromundo. La región de Londres administra y atrae; Inglaterra —no toda— genera; Escocia y Gales reciben más de lo que generan. Irlanda del Norte simplemente estará ahí. Cuando la crisis es¬talle, parte del PIB que la región de Londres crea y adminis¬tra caerá porque muchas relaciones financieras con el exterior van a desaparecer, pero no todas: la libra no es parte del euro, y eso le da autonomía de vuelo al no verse afectada por la marcha de otras economías.
En la zona euro, las monedas nacionales han desapareci-do, pero no las economías nacionales. A medida que las agen¬cias de calificación vayan rebajando las valoraciones de las deudas de muchas de esas economías (lo ocurrido a mediados de enero de 2009 con la deuda de España es un ejemplo), ¿qué empezará a suceder con el euro? La libra puede caer, o no, pero sólo tiene que responder ante sí misma (lo que no le sucede al dólar: las materias primas cotizan en la divisa de Esta¬dos Unidos).
Volviendo a la historia, Inglaterra ha sido la cuna de múl-tiples ideas que han supuesto un giro radical respecto a cómo estaban aconteciendo las cosas; por ejemplo, de la Ilustración.
 Ya sé: algo que haya sucedido en el pasado no tiene por qué repetirse en el presente, ni en el futuro, pero sigan mi razonamiento.
Una de las consecuencias que esta crisis sistémica va a te¬ner es el fin (el principio del fin) del pensamiento en singular, en individual; a partir de esta crisis se va a empezar a pensar a nivel grupal, global, sí, pero no tanto desde una perspectiva de «el conjunto de todos hacen un todo» como de «la suma de cada uno forma una colectivo». En el fondo una nueva forma de entender el sistema: un cambio en el sistema.
Pienso que Inglaterra se halla especialmente preparada mental y prácticamente para abordar ese cambio. Su no perte¬nencia a ningún club le permitirá hacer lo que crea más con¬veniente; su mentalidad anticipativa le hará ver que la colabo¬ración multidimensional con un administrador neutral —el Estado— puede ser muy provechosa (pienso que no es impo¬sible que en el próximo gobierno británico sea de unidad para «superar los difíciles momentos en que está inmersa la na¬ción»); su carácter eminentemente práctico le va a permitir tomar decisiones y actuar pensando tan sólo en el objetivo fi¬nal, con todo lo que ello comporta, naturalmente. ¿Que para acompañar al té sólo se dispone de una galleta? Pues una ga¬lleta. ¿Que para que aquellas personas estén ocupadas han de barrer? Pues que barran. ¿Que la banca —la totalidad de la banca— debe ser nacionalizada de forma que todo el país sos¬tenga las entidades que canalizan y posibilitan la circulación financiera? Pues se hace. Es la nueva versión de lo que una corporación debe ser.
Pienso que la británica (la inglesa) es la única economía, la única sociedad que puede llegar a estos extremos, la única que puede diseñar los elementos esenciales de la estructura del nuevo sistema: tienen experiencia: ya lo hicieron en el si¬glo XVIII con las enclosures, y lo que diseñen será modelo de lo que va a venir después; como en el pasado.

En Francia se ha vivido una situación muy negativa a lo lar¬go de 2008 que ha ido agravándose; la total pérdida de prota¬gonismo político y económico del país será causa y consecuencia de ello; algo muy semejante a lo que le sucederá a España, donde la degradación de la situación ya empezó a percibirse en septiembre de 2007, poniéndose mucho más de manifiesto a lo largo de 2008 con menores crecimientos trimestrales hasta convertirse en negativos a partir del tercer trimestre de ese año; ello supondrá el fin del llamado «modelo español»: baja pro¬ductividad, bajo nivel de empleo altamente productivo, eleva¬do aumento del PIB sustentado en subsectores de bajo valor añadido. (Véase el capítulo dedicado a España, pág. 163.)
En Asia, Japón, a causa de la total internacionalización de su economía, se verá muy afectado por una situación que será de alcance mundial, aunque podrá sobrellevarla mucho mejor que otros países debido a la gran flexibilidad de su sociedad y al hecho de que su expansión geográfica le permitirá mover recursos hacia zonas más convenientes. Por su parte, la eco¬nomía china evolucionará de forma muy negativa: su modelo productivo y social, basado en las exportaciones de bienes muy intensivos en factor trabajo, que se resentirán al decrecer el consumo mundial, y en un modelo de relaciones repletas de dobles sentidos y de oblicuidades, no será capaz de adaptarse a unos momentos en los que primará lo operativo;33 por otro lado, su gran dependencia del exterior agravará estos proble¬mas. La economía india, también altamente dependiente del exterior, se verá asimismo muy afectada.
Con todo, donde con mayor dureza se manifestarán los efectos de la crisis será en África y en Latinoamérica, en las denominadas, desde una perspectiva políticamente correcta, «economías emergentes», especialmente en la última por ha¬berse hallado en una fase de expectativas en alza debido a la subida de los precios de las materias primas teniendo en cuen¬ta la posición tan retrasada de la que parten sus economías.

De hecho, las consecuencias de la crisis pueden suponer el hundimiento total de sus incipientes modelos sociales, al desaparecer las ayudas internacionales y al decrecer durante la precrisis y la crisis los consumos de las cotnmodities producidas por estas economías. Posteriormente, dispersas zonas de ambas áreas especializadas en la producción y exportación de recursos pueden ser explotadas por corporaciones prácticamente sin beneficio para las poblaciones de ambos continentes.3 4
En términos generales, la problemática que afecta al medio ambiente, hoy muy estudiada y discutida, y que el Protocolo de Kioto pretende reducir y que para numerosas personas e insti¬tuciones se ha convertido en una cuestión de carácter ideoló¬gico, será progresivamente abandonada desde esa vertiente ideológica y crecientemente abordada desde una vertiente ope¬rativa basada en criterios de utilidad y de supeditación a las necesidades económicas.
En estos años de precrisis y en los venideros de crisis, los estudios que están captando una mayor atención son, y serán, los relacionados con el ámbito económico y los que tengan aplicación en el ámbito económico; a la vez, es previsible que la economía vaya adoptando el rol de ciencia que se ocupe de la mejor forma de administrar unos recursos que ya son es¬casos y que cada vez lo serán más.
Cabe finalizar este capítulo con una reflexión que, en gran medida, lo resume, una cita que podría ser calificada de pre-monitoria. Su autor es Xavier Mariscal, de profesión, escultor y diseñador gráfico. La pronunció comentando, en una entre¬vista realizada por Llátzer Moix y publicada en el periódico La Vanguardia el 15 de diciembre de 2005, una de sus obras: Estallido de un Chevrolet Impala de 1959. Ésta es la cita:
La época de despilfarro del capitalismo se ha acabado, o está tocando a su fin. Entiendo que en los 50 se diseñaran automóviles como el Impala, que era un alarde de belleza, de decoración. Pero me parece que en un mundo masificado todo eso es insos¬tenible, que hay que ajustar los productos a las necesidades. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es un coche? Pues es una sillita con ruedas para cuatro personas. No hace falta que se convierta en una falla ni permitir que consuma un litro más de lo imprescin¬dible. Por eso he hecho este Impala en el momento de su estallido, para simbolizar un «hasta aquí hemos llegado» de la civilización de la abundancia.

LO QUE NUNCA VOLVERÁ A SER

Posiblemente, la mayor aportación realizada por Karl Marx al análisis económico, social y político es su máxima —su ley— de que todos los sistemas, desde el mismo momento de su nacimiento, llevan incrustado el germen de su destrucción, con un agravante: sin ese germen la existencia del sistema no sería posible.
El sistema antiguo, el romano, creció y se expandió gracias al poder divino del emperador y al politeísmo de su filosofía religiosa, que incorporaba al elenco de deidades romano a todas las de los territorios que las legiones iban ocupan¬do; como contrapartida, esos territorios debían hacer suyas las deidades romanas y, por tanto, al emperador: una deidad más. El problema llegó con el cristianismo: una filosofía religiosa monoteísta que, por principio, no podía aceptar más que un Dios.
El cristianismo fue perseguido porque suponía un peligro político para el Estado romano, al negar el carácter divino del emperador, por lo que cuestionaba la esencia del Estado. En el siglo iv ese escenario cambió: el emperador Constantino, con enormes problemas de aceptación en el aparato estatal —se instaló en el poder tras una guerra civil—, tuvo la idea de buscar nuevos apoyos y escogió a los cristianos: gentes casi

marginadas necesitadas de reconocimiento. El invento funcionó, pero significó el principio del fin político del Estado ro-mano al destruirse el principio que había mantenido cohesio-nado al sistema, un sistema que, por otra parte, hacía ya más de un siglo que se hallaba agotado económicamente.
Tras un período de letargo de cuatro siglos, y por la necesidad que Carlomagno tenía de administrar su vasto imperio, se diseña el sistema feudal: conceptualmente perfecto, ajusta¬do como un reloj suizo, simple como una gota de agua, se basaba en dos principios inmutables: 1) la tierra, la fuente de la riqueza, pertenece únicamente a Dios, y 2) el rey, receptor del poder terrenal emanado de Dios, es el encargado de adminis¬trar la tierra.
A partir de aquí el sistema feudal construyó una pirámide relacional por niveles con la figura del rey en la cúspide, y en la que cada miembro de cada nivel sabía qué hacer y cómo comportarse, es decir, a quién debía vasallaje y quiénes se lo debían a él. Ese sistema funcionó muy bien durante más de tres siglos, hasta que otro rey, inglés, un Tudor, necesitó fondos a fin de expandir su reino, y comenzó la parcelación y venta de la tierra.
Dios continuó estando ahí y el rey recibiendo de Él su poder, pero las cosas terrenales se fueron distanciando cada vez más de las divinas. El auge comercial de las repúblicas ita¬lianas y de la Liga Hanseática significó el golpe de gracia a un sistema que no podía asimilar que, cuando se concede un préstamo, el tiempo no pertenece a Dios sino al propietario de los fondos prestados, por lo que la percepción de un interés sí era procedente.
Entonces nació el sistema mercantilista, gracias a una nueva clase: la burguesía comercial, un grupo social potente y ultramarino, pero que necesitó del soporte real para desarrollarse y expandirse. Al principio, las cosas fueron muy bien entre esa clase burguesa y las monarquías reinantes: el rey daba concesiones en régimen de monopolio a esos burgueses

a fin de que pudieran operar en los territorios del imperio colonial y, a la vez, defendía con sus ejércitos sus establecimientos comerciales. Pero ese proceder real no era gratuito: a cambio, la burguesía financiaba los lujos y las conquistas reales.
El problema llegó cuando a esta clase burguesa dejó de bastarle este planteamiento y comenzó a demandar una autonomía, una libertad de acción, en definitiva, que la monarquía, absoluta, centralista y conectada con Dios, ni quería ni podía dar; no comprendió que concederla era la única vía posible que le quedaba para asegurar su supervivencia. El desenlace fue violento: la Revolución francesa y el ajusticiamiento de la mayor parte de la familia real; si la institución monárquica había sido eliminada, el rey se convertía en un ciudadano más.
La burguesía, pertrechada con la nueva tecnología, obtuvo un poder que las realezas reunidas en 1815 en Viena no entendieron, el poder de generar PIB: crecimiento económico, empleo de factores productivos, gasto, producción..., un poder ante el que nada podían unas monarquías trasnochadas y unas aristocracias ancladas en unos privilegios terratenientes y absentintas. Esa clase decadente conservó durante unas décadas el poder político, pero el sistema mercantilista desapareció entre artesonados neoclásicos y el negro humo producido por las fábricas de la Revolución Industrial puesta en marcha por el sistema capitalista.
Y de nuevo se dio la dinámica sistémica. El capitalismo también nació con el germen que le ha permitido desarrollar-se, alcanzar los niveles de crecimiento que ha logrado, pero, a su vez, constituye la simiente de su agotamiento y de su destrucción. Y esta simiente destructiva se manifiesta a través de lo que ha venido caracterizando su existencia: la posibilidad de ir ampliando su capacidad productiva. Lo ha hecho, prime¬ro, desde 1820, a partir de un paulatino incremento de la producción, acumulando y reinvirtiendo los beneficios que obte
nía, luego, a partir de finales del siglo xix y sobre todo desde la década de 1920, incrementando la productividad. Pero para que ese esquema se mantuviese era preciso que la demanda fuese creciendo indefinidamente, ya que el sistema tendería a acrecentar indefinidamente su capacidad productiva, es decir, la oferta. En otras palabras: el capitalismo exige una expansión constante, que, obviamente, no es posible.
Entre 1820 y 1920 las cosas fueron sucediendo sin excesivas tensiones. La productividad fue creciendo pero, como todo estaba por hacer, es decir, la capacidad para innovar era ilimitada y la capacidad para absorber oferta también, los incrementos de producción que se iban generando no suponían problemas de absorción, máxime cuando América podía acoger toda la población excedente, la que el sistema productivo europeo no podía absorber; por ello, a lo largo de la segunda mitad del siglo xix se produjo una emigración masiva de europeos al Nuevo Mundo, lo que impidió la presión social que podría haberse creado en Europa
Sin embargo, en 1920 el sistema llega a un contrasentido. En la década de los años veinte la productividad se dispara, lo que hace que el sistema deba inventar instrumentos para dar salida a la mayor producción generada por esa mayor productividad. La generalización del crédito y del endeudamiento fue una salida, aunque momentánea.
La mayor producción obtenida durante los años veinte, junto con un crédito en auge que llevó a un incremento del consumo, un aumento de la población ocupada y una alza en las expectativas de beneficios por parte de las compañías productoras, derivó en un exceso especulativo con las acciones de las compañías participantes en el proceso y en una espiral crediticia. Cuando en 1929 el globo no pudo admitir más aire del que su estructura era capaz de retener, explotó dando lugar a la crisis social más virulenta de las habidas hasta entonces. Comenzó un período de veinte años con abundantes manifestaciones de deflación, de depresión económica y social y de inestabilidad.
John Maynard Keynes, un teórico del capitalismo, vio que en función de la dinámica capitalista tan sólo era factible una salida: el incremento de la demanda; éste sólo podía generarse con la participación de un ente que hasta entonces había sido relegado a un papel marginal por el sistema: el Estado.
La aportación por la que Keynes ha pasado a la historia fue la constatación de que el consumo público era absolutamente imprescindible para ocupar todos los factores productivos existentes, ocupación plena que —¡atención ahora!— era la única forma de garantizar un aumento continuado del PIB.
A partir de 1933, con Roosevelt en la Casa Blanca, se comenzarán a implementar las medidas keynesianas de fomento de la demanda (a pesar de las protestas que desencadenarán entre los partidarios de mantener la pureza del antiguo modelo, no intervencionista). Sin embargo, como dichas medidas carecían de sentido en el marco teórico en el que tenían que desarrollarse, en cuanto se frenó la inyección de fondos, fracasaron, fracaso que tan sólo solventaría la segunda guerra mundial.1
Tras dicha contienda, todos los países europeos capitalistas, Japón y Estados Unidos, así como muchos países sudamericanos, pusieron en marcha políticas económicas en las que la intervención del Estado resultaba fundamental, no sólo a través del consumo público sino incluso, en algunos países, interviniendo directamente en la toma de decisiones económicas, caso del Reino Unido y de Francia.
El pleno empleo del factor trabajo fue una realidad; la masa salarial comenzó a crecer y, convenientemente financiados por un crédito creciente y fluido, el consumo privado aumentó y las inversiones productivas se expandieron; simultáneamente se puso en marcha un modelo de protección social amplísimo y generoso financiado con políticas fiscales potentes y redistributivas. Como resultado se formó paulatinamente una clase media que fue fundamental para conjurar el peligro que para el sistema capitalista podía suponer la propaganda del «otro» sis¬tema existente: el capitalismo de Estado y su economía planificada.2
Entre 1950 y 1975 el mundo occidental, pero también países con economías vinculadas al mismo, se vieron inmersos en una espiral virtuosa, una fase de bienestar en el que todo iba tendencialmente siempre a mejor, nunca nada a peor, y donde todo era asumido sin demasiados problemas, como la guerra fría, un conflicto que, en el fondo, contribuía a la generación de PIB a través del ingente gasto público que suponía el constante rearme.
Como hemos visto, el problema de este esquema —de en-sueño— era triple. Por un lado, desde su nacimiento el sistema había dado por supuesto: 1) la inagotabilidad de las commodities; 2) la baratura de éstas, y 3) una demanda, de todo, prácticamente ilimitada. La crisis energética del 73-79 acabó con este planteamiento de un plumazo.3
Lo que vino después puso el énfasis en la oferta, es decir, las empresas: el capital siempre tenía razón (siempre debía tenerla) y, por tanto, siempre debía contar con las máximas facilidades a fin de que no sufriese tensiones. La mala de la película pasó a ser la demanda: era la demanda la que con su consumo tensionaba los precios al alza, por lo que el consumo debía ser el conveniente, pues conveniente tenía que ser la tasa de ocupación a fin de que no se generase inflación. (No, no hay error en lo que acaban de leer: ése fue el planteamiento.)
El pleno empleo de los factores productivos en general y del factor trabajo en particular dejó de ser un objetivo; lo ge-nuinamente importante pasó a ser que la inflación fuese lo más reducida posible, de ahí que fuese acuñado un concepto mágico: la Nairu.4 A partir de entonces, la inflación, en todo el mundo, constituyó el gran enemigo a batir.

«En todo el mundo»: esta idea no es destacada por casualidad. La globalización, esa palabra tan usada y debatida, tan denostada y ensalzada, nace, en su concepción actual, en el momento en que la oferta se erige en la protagonista del quehacer económico. Lo que en el fondo significa la globalización es la eliminación de fronteras a fin de que los factores productivos —básicamente el capital, subsidiariamente el trabajo— puedan moverse alrededor del planeta sin obstáculo alguno; las fronteras políticas y la intervención de los Estados ponen trabas a la oferta, así que deben ser eliminadas o, cuando me¬nos, minimizadas.
Dicho y hecho: durante la década de los ochenta, la globalización va extendiéndose por todo el mundo, de tal modo que un concepto en un principio técnico se populariza: deslocalización. El objetivo siempre es el mismo: obtener costes meno¬res en la producción de bienes y servicios; ¿para que las empresas aumenten sus beneficios?... Sí, pero no es tan simple.
A diferencia del modelo de demanda (19 50-1979), en el que pleno empleo y salarios al alza eran sinónimo de capacidad de consumo creciente, beneficios empresariales en aumento y recaudaciones fiscales pujantes a fin de que el Estado consumiese y contribuyese al crecimiento económico, con el modelo de oferta (1979-1995) el empleo debía ser el conveniente para que la inflación fuese reducida, y los salarios bajos para que los costes también lo fuesen. En un escenario como ése el consumo sería reducido, al igual que podrían serlo los benef¬cios empresariales, pero eso podía obviarse, con los bajos costes que brindaría el fenómeno globalizador.
Menores costes comportarían menores precios de venta, lo que supondría que los bienes pudieran ser adquiridos por salarios congelados o más reducidos; eso debía ir acompaña¬do de aumentos de la productividad obtenidos a través de la automatización de procesos (la robotización nace y se expande durante la década de los ochenta) y de la mejora organiza-

tiva. En estos años es cuando nace el just-in-time,6 también conocido como Método Toyota por ser esta compañía auto-movilística la que lo desarrolló.
El objetivo de todos estos procesos técnicos y organizativos era la mejora de la productividad, el hacer más con menos, con menos de todo o, como mínimo, hacerlo de forma que el coste final fuese cada vez menor. En todos los factores productivos se fue desarrollando un doble fenómeno: su abarata¬miento debido a la globalización —a la deslocalización de su producción— y la reducción de las cantidades de factores pro¬ductivos utilizadas; posiblemente sea en el caso del factor trabajo donde más se pone de manifiesto el fenómeno.
Al final de la década de los ochenta, el crecimiento económico había quedado desvinculado de la evolución del empleo del factor trabajo, es decir, el aumento del PIB había dejado de estar relacionado, a diferencia de diez años antes, con la cantidad de factor trabajo utilizado. Tomando como índice 100 el nivel de PIB y el de la población activa ocupada en 1975, Y según cálculos de la OCDE, la fotografía del empleo de 1990 mostraba lo siguiente:
Zona PIB         Empleo
Economías OCDE 149 120
Asia Meridional 198 137
Asia Oriental 304 183
América Latina 143 131
África Subsahariana 141 121
Los análisis posibles son múltiples, pero hay una única realidad: se iba poniendo cada vez más de manifiesto que era menor la cantidad de factor trabajo necesaria no ya para generar la misma cantidad de PIB, sino para generar mayores cantidades de PIB. (Durante los años siguientes este fenómeno se fue paliando, en las economías desarrolladas, a través del empleo en los subsectores del sector servicios generadores de

reducido valor añadido [y, en consecuencia, pagado con bajas remuneraciones] de los trabajadores desplazados del sector industrial.)
La situación fue evolucionando según los parámetros de-terminados, pero a partir de 1995 dio un vuelco espectacular con el comienzo de la masificación de Internet y el inicio del uso intensivo de las tecnologías de la información y de la comunicación, las TIC. Las TIC dieron lugar a dos fenómenos inimaginables tan sólo diez años antes: la desaparición del espacio y el tiempo.
En efecto, un documento en formato digital, un plano, un diseño industrial digitalizado podían remitirse a múltiples lugares a la vez de forma instantánea y a un coste prácticamente nulo; y el complementario: que numerosas personas situadas en los lugares más recónditos y distantes del planeta pudieran acceder a una misma información en tiempo real e instantáneamente, y a un coste ridículo. Las TIC abrieron la puerta a la conectividad total, primero de personas con personas, luego de personas con cosas, posteriormente de cosas con cosas. A partir de 1995, la productividad sustentada en las TIC comenzó a crecer, lo que fue abaratando la generación de esa creciente productividad.
Refiriéndose a 1990, Jeremy Rifkin decía: «...más del 75% de la masa laboral de los países más industrializados está comprometida en trabajos que no son más que meras ta¬reas repetitivas. [...] Además, [...] menos del 5% de las empresas en el mundo han iniciado su transición hacia la cultura de la máquina».7 Las TIC no hicieron más que acelerar un pro¬ceso que había quedado larvado a lo largo de la década de los ochenta: la tendencialmente menor capacidad de consumo debido al menor peso de unos salarios que cada vez crecían menos y que eran percibidos por una población ocupada en proporción cada vez menor al PIB generado debido a las posibilidades de evolución de la productividad.

En Japón el final de los 80 fue triste: la explosión de su particular burbuja especulativa financiero-inmobiliaria-político-administrativa: un cóctel muy japonés de cuyo estallido la economía nipona aún no se ha recuperado. (En el colmo del paroxismo de la burbuja, valorando a precios de mercado el terreno que ocupa el recinto del palacio imperial de Tokio se obtenía una cantidad que sobrepasaba el valor que, a precio de mercado, alcanzaba la totalidad del área de la ciudad de Los Ángeles.)
Y en el resto del mundo la década de los noventa no empezó bien: en Estados Unidos, a las consecuencias de la política económica del gobierno de Ronald Reagan se unieron los efectos de la especulación financiera e inmobiliaria habida en los ochenta, así como los de la primera guerra del Golfo, en 1991, que socavó la confianza de los consumidores estadounidenses y, de rebote, la del resto de un mundo inmerso en una asfixian¬te visión de la economía desde el lado de la oferta. El sistema se acercó peligrosamente a la parálisis; la solución fue el recurso al crédito.
La recesión de 1991 ha sido una de las más breves de la historia económica de Estados Unidos y, como ha sido hab-tual hasta ahora, este país halló la solución al problema que él mismo había creado. Además, la recesión del 91 fue especial¬mente significativa, porque ahí es donde se sitúa el origen re¬moto, las razones últimas de la crisis que se iniciará en 2010: el imparable incremento de la deuda de familias y personas, de algunos Estados, así como de los déficit de varias economías; de la deuda, en definitiva.
A lo largo de los años noventa el PIB fue a más, como un tiro; cierto es que en unos lugares más que en otros, pero ayudado por las TIC el crecimiento fue espectacular. Estaba muy basado en la productividad (aunque no necesariamente en la utilización de toda la capacidad productiva que se fue poniendo en marcha). ¡Ah!, y la especulación generada por la burbu-
ja puntocom ayudó a esa vorágine de consumo: en Estados Unidos, a finales de la década, de cada dólar gastado en con¬sumo, ocho centavos eran consumidos por la sensación de riqueza producida por el aumento de los índices bursátiles.
Cuando llegó el año zooo, la triple fotografía que podía hacerse de la realidad mostraba el panorama explicado a continuación.
La productividad, entre los años 1990 y 1999, había experimentado un aumento medio de 2,2% anual en Estados Unidos, del 1,5% en el Reino Unido, del 1,3% en la media de las economías del euro, y del 0,8% en España;8 más aún, entre 1980 y 1995, la productividad creció en Estados Unidos a razón del 1,2% medio anual, y entre 1996 y el 2000, a razón de un 2,6%.9
Estados Unidos se convirtió en un referente en todo lo to-cante a la productividad, sobre todo porque era una productividad nutrida por el alto valor; pero la productividad creció en todo el mundo, alejando aún más el crecimiento del PIB del de la ocupación del factor trabajo. Tomando como índice 100 el nivel de PIB y el de la población activa ocupada en 1975, Y siguiendo, como antes, a la OCDE, la evolución del PIB y de la ocupación eran en 2000:
Zona PIB         Empleo
Economías OCDE 191 124
Asia Meridional 299 154
Asia Oriental 518 256
América Latina 191 148
África Subsahariana 196 150
Obtener una alta productividad se convirtió en un objetivo del que se hablaba en todas partes: «La descarga de un bu-que en el puerto de Londres requería, en 1970, la participación de ciento ocho personas durante cinco días. En el 2000 esta tarea la realizan ocho personas en un día».10
 La fotografía que podía tomarse de la realidad social en el año 2000 también era diáfana: en Estados Unidos, mientras que el 20% de las familias controlaban el 50% de la renta, el 50% de las familias tan sólo tenían activos por valor de 1.OOO dóla¬res; lo que explicaba, en parte, que el 85% del consumo mundial lo realizara el 20% de la población del globo, mientras que otro 20% sólo consumía el 1,3 %. Este último hecho se veía ali¬mentado porque 3.000 millones de trabajadores en el mundo se hallaban desempleados o subempleados; porque ochenta y nue¬ve países disponían en el año 2000 de una renta inferior a la que tenían en 1990; y porque el consumo medio anual de una familia en África era un 25% inferior al de 1975; y eso teniendo en cuenta que en California la Administración gastaba más en prisiones que en universidades, y que el consumo anual de cosmética en Estados Unidos más el europeo en helados equivalía a lo que hubiese costado el suministro de agua, más el de formación básica, más el de alcantarillado de 2.000 millones de personas que en el planeta no disponían de ellos.11
A lo que prácticamente nadie prestó atención fue a la ter-cera instantánea: la imagen mostraba una bola de nieve financiera que, lenta pero imparablemente, iba arrastrándolo todo a su paso, aunque muy quedamente, tan quedamente que muy pocos percibieron las consecuencias del nuevo giro que se dio al grifo del crédito tras la recesión de 2000, cuando éste fue extendido a todo el mundo, incluso a quienes no podían afrontarlo. En ese momento fue cuando empezó a estallar el problema en toda su magnitud.
En un plano económico, los sucesos del 11-S fueron la ex-cusa perfecta para explicar una recesión, pero lo que se dijo con un tono de voz muy quedo fue que esa recesión había comenzado en el año 2000 con el inicio de derrumbe de la burbuja bursátil de las compañías tecnológicas.
La recesión de 2000 también fue muy breve: siete meses. En octubre de 2001 se dio oficialmente por acabada. La salida fue fulgurante, porque fulgurantemente fue como la Reser¬va Federal y el Banco Central Europeo comenzaron a reducir los tipos de interés: el tipo de interés de referencia en la UEM pasó del 4,75% en noviembre de 2000 al 2,0% en julio de 2003,12 y el tipo efectivo de los fondos federales estadouni¬denses pasó del 6,24% medio en el año 2000 al 1,13% medio en 2007.J3 El Euribor y el Liborz4 fueron evolucionando en términos parejos: cayó desde el 5,193% en noviembre de 2000 al 2,076% en julio de 2003 el primero;1? el segundo pasó del 6,63% el 29 de diciembre de 2000 al 1,12% el 30 de septiembre de 2003.l6
En este declive de los tipos de interés es donde se enmarca la hecatombe que ha ido generando la evolución de los «activos tóxicos» y, en particular, la ocasionada por la hipotecas subprime.^El concepto de las hipotecas subprime es antiguo: se basa en conceder un préstamo hipotecario a una persona con un bajo nivel de crédito debido a sus circunstancias, lo que justifica que, al ser su riesgo superior, también lo sea el tipo de interés que se aplicará al préstamo que pudiera concedérsele. ¿Dónde se encierra el truco? ¿Por qué se da un crédito hipotecario a particulares de semejantes características? Pues por la fe en una revalorización continuadamente al alza del precio de las propiedades inmobiliarias hipotecadas, que anularía las consecuencias de los impagos de estos créditos.
Asimismo, la facultad de los créditos hipotecarios de ser titulizados, convertidos en bonos y negociados múltiples ve-ces, emisiones que, a fin de aumentar su atractivo, pueden ser aseguradas contra riesgos de impagos de créditos, riesgos troceables y, a su vez, negociables, lo que abrió el ya agotado sis¬tema en el año 2000 a una fuente de negocio en un momento de declive de las rentabilidades bursátiles, como hemos seña¬lado, tras el estallido de la burbuja puntocom, posibilidades que se vieron favorecidas por el paulatino descenso que experimentaron los tipos de interés.
 En el fondo, lo que había detrás del fenómeno de las sub-prime y de todos los activos tóxicos no eran más que las an-sias de hacer más negocio, de obtener una mayor rentabi-lidad. En general puede afirmarse que, aunque el proceso adquirió manifestaciones diferentes en cada país (en España las entidades financieras no concedieron préstamos hipoteca¬rios subprime, pero sí abultadísimos créditos hipotecarios a personas con ocupaciones precarias y reducidas remuneracio¬nes qué disparaban su nivel de riesgo hasta niveles difícilmente asumibles si se producía una crisis de empleo; en otros países, aunque no se produjo una burbuja inmobiliaria, la concesión de créditos de uno u otro tipo sí aumentó en mayor o menor medida), la filosofía subyacente en todas sus manifestaciones fue idéntica.
Los peligros derivados de la inflación, en cuya evolución mucho tenía que ver la de los precios del petróleo, influi¬dos sobremanera por la cotización del dólar estadounidense (el barril de petróleo cotiza internacionalmente en dólares, lo que hace bastante sencillo poder especular financieramente con el crudo), llevaron a que, por la aplicación del manual al uso, desde diciembre de 2005 los tipos de interés comenzasen a aumentar; el límite se situó en septiembre de 2007 (aún se produjo otra subida, incomprensible, en julio de 2008).
Nada fue ya igual desde septiembre de 2007; como hemos visto, es en dicho mes cuando empieza el período de precrisis. ¿Qué sucedió en septiembre de 2007? Concretamente, nada; tendencialmente, la constatación de dos hechos: 1) que muchos de quienes habían recibido un crédito subprime no iban a poder pagarlo, y ese crédito no iba a poder ser cubierto con otro nuevo debido al estancamiento y posterior derrumbe del precio de los bienes inmuebles, y 2) el volumen financiera¬mente insostenible que alcanzaron los activos derivados de operaciones, si no simplemente tóxicas, sí dudosamente soste-nibles.

A finales del año 2007 (véase el gráfico 12, «Anexo 1»), la suma del valor alcanzado por los mercados financieros de Estados Unidos equivalía a 5,8 veces el PIB estadounidense, y el mercado de los seguros contra impagos de créditos, a 3,37 ve¬ces el mismo PIB (a 34,7 veces el de España) y a casi el 63% del PIB del planeta. ¿Cuál fue la consecuencia inmediata de estas cifras? Por un lado, el inicio del hundimiento de la con¬fianza: de las entidades financieras entre sí, de las entidades financieras hacia la ciudadanía, de la ciudadanía respecto a la solidez de sus empleos. Por otro lado, las consecuencias de esta pérdida de la confianza: la caída en la concesión de créditos a familias y a empresas, así como la progresiva caída en la demanda crediticia de éstas a aquéllas.
A partir de aquí se ha ido cayendo en una vorágine de des-censos en los tipos de interés (entre el 0,0% y el 0,25% en Estados Unidos a mediados de diciembre de 2008), con expectativas de nuevas rebajas, y de planes de ayuda, planes de rescate, recapitalizaciones e intervenciones de diversa índole de muchos Estados en sus sistemas financieros (con dinero público, claro) debido a la situación en la que éstos se hallaban. El objetivo era obvio: evitar, de momento, la quiebra de una entidad financiera, lo que, de producirse, hubiese derrum¬bado la poca confianza que aún quedaba en el sistema.
Y así es como nos encontramos en los últimos compases del año 2008 y los primeros de 2009. Las previsiones mues-tran una caída del PIB para 2009 y un aumento del desempleo. En el momento en que reviso estas líneas, la página ini-cial del sitio en internet del Fondo Monetario Internacional no puede ser más significativa: «IMF Urges G20 States to take more Actions to combat Crisis» («El FMI urge a los Estados miembros del G20 a emprender más acciones para combatir la crisis»). Y eso tratándose de un organismo conservador.18
Bien, pues todo esto que ha sido, todo lo que ahora se está maldiciendo porque nos ha llevado a donde nos encontramos pero que contribuyó, mejor dicho, posibilitó que creciésemos como hemos crecido, todo eso que hizo que el PIB de nuestro planeta aumentase como lo hizo entre el año 2003 y el 2007 se acabó: nunca volverá a ser, es decir, nunca volveremos a crecer del modo en que lo hemos hecho. ¿Por qué? Porque es físicamente imposible.

LO QUÉ PERDIMOS SIN TENERLO

Y ¿por qué es imposible? Pues porque las cosas suceden cuando suceden y de la forma que suceden, debido a que en ese momento no es posible que sucedan de otro modo. Parece un trabalenguas, y es que, en cierta manera, lo es.
Crecer como hemos crecido está llevándonos hacia una crisis sistémica de una intensidad semejante a la Gran Depresión: terrible, ¿no? Entonces, alguien podría pensar que hemos hecho muy mal las cosas, que deberíamos haber crecido de otro modo, o, incluso, que hubiese sido mejor no crecer tanto (y eso dejando al margen los colectivos cuya situación ha empeorado en los últimos diez años). Crecer de otro modo, crecer menos, dos opciones con un fin noble: evitar un desastre.
Imaginemos que estuviéramos en 1928, por ejemplo en septiembre, y que un amigo, economista, que hubiera elaborado un estudio muy profundo sobre la evolución de la economía mundial, nos dijese que en el tercer trimestre de 1929 iba a estallar una crisis económica y social de efectos demoledores. Nuestra reacción, obviamente, sería preguntar cómo evitar el desastre. Sabemos cuál sería la respuesta de nuestro amigo: ese crash es inevitable, tiene que suceder; y, bueno, sabemos que esa respuesta hubiese sido correcta: la historia nos demuestra que, a pesar de que en la época se tomaron todas las medidas entonces posibles, el crac tuvo lugar, y desencadenó una de las mayores crisis de las que hasta ahora tenemos constancia.
El crash del 29 era inevitable porque, tal y como se habían estado haciendo las cosas desde el final de la primera guerra mundial, un crash tenía que suceder y, dado que cualquier medida que se hubiese tomado para evitarlo se hubiera inscrito en el marco económico-político-tecnológico-social existente, es decir, el marco que fue alimentando el crash a medida que la economía de la época iba creciendo, el efecto disuasorio de esas medidas fue, como sabemos, nulo.
Por un lado, el crash de 2010 y los diez años que va a llevar la salida completa de esa crisis son inevitables; por otro, los cinco años comprendidos entre 2003 y 2007 han sido ex-cepcionales (siendo generosos) y, exceptuando la breve recesión de 2000, los doce que median entre 1996 y 2007 han sido muy, muy buenos (para unas economías más que para otras, claro). Entonces ¿qué es lo que hemos perdido sin haber llegado nunca a tenerlo?
Pues algo tan simple como un crecimiento equilibrado, efi-ciente, acompasado con una realidad que se fuese desperezando como un recién nacido en su cuna. A nuestra realidad le pusimos un motor biturbo, y voló, pero a un precio muy elevado, y en economía existe una regla muy simple, muy sencilla: el coste de lo que sea, alguien, en algún lugar, de alguna manera y algún día, tiene que pagarlo; en economía las deudas se pagan, y nuestro sistema ha llegado a unos niveles de deuda físicamente insostenibles, e impagados. Ahora ha llegado el momento de abordar todo lo que hemos ido dejando para más adelante, ¿verdad?
¿Podían haberse hecho las cosas de otro modo? En teoría sí, pero, ¡PERO!, entonces no hubiéramos crecido todo lo que hemos crecido; luego, ¿podrían haberse hecho las cosas de otro modo? Entre 1996 y 2007 la economía del planeta funcionó a un ritmo muy por encima del aconsejable, pero era imposible que se redujese porque el diseño de su estructura la forzaba a funcionar a esa velocidad; como el replicante Roy de Blade Runer:1? una vida muy intensa, aunque breve.
 En 1973 aprendimos que el petróleo y lo que de él se ex-trae no era extraordinariamente barato, pero mejoramos la productividad en su utilización y fuimos elevando el valor añadido de lo que elaborábamos. No obstante, las reglas del sistema impelían a ir a más, y el sistema descubrió un modo para lograrlo: hiperconsumir y «pagar» —atención a las co-millas— ese consumo —e inversión— con hipercrédito e hi-perdeuda... hasta ahora, cuando empezamos a comprender que las reservas de commodities no son inagotables, y cuando ya no se puede continuar suponiendo que la capacidad de en¬deudamiento es infinita.
Nos hemos perdido un proceso de desarrollo equilibrado, de crecimiento sostenible, lo hemos perdido sin llegar a tenerlo. Pero ¡es que no podíamos tenerlo! Porque el proceso se ha basado en algo muy simple: el deseo de ir a más sin pensar en las consecuencias, sin tener que responsabilizarnos de ellas. Un auténtico chollo, ¿a que sí?
Como cobertura del pastel, montamos un modelo de pro-tección social que ha formado a los hijos de quienes hacían crecer al sistema, que ha curado a quienes enfermaban, que ha alimentado a quienes alcanzaban determinada edad, que ha cuidado de quienes, de forma temporal, perdían sus empleos, que ha construido infraestructuras de las que se han beneficiado todos los que han querido beneficiarse. Un elemento de seguridad que, además, contribuía al crecimiento del sistema.
Y como base del pastel vivíamos en un sistema político en el que todo el mundo que lo considerase oportuno podía par-ticipar, con el convencimiento de que los candidatos a la elección velarían por el bienestar de quienes les votaban: era su garantía.
Todo eso sucedía en el mundo rico, claro, que era el que disponía del capital, y el que contribuía al I+D+i+d, es decir, el que generaba el valor; el mundo subdesarrollado, consu¬mía, sí, y su población no cesaba de aumentar. Sin embargo, ¿qué generaba? Algunas commodities, mano de obra de bajo valor o, en puntos muy concretos, de alto valor pagada a bajo coste en términos occidentales.
Pero ¿hubiéramos podido crecer de otra manera?, ¿otra forma de crecimiento hubiera sido posible? Ahora, cuando ya no hay vuelta atrás, podemos pensar lo que queramos y decir lo que nos resulte más conveniente, pero lo cierto es que no se pudo crecer de otro modo, y, aunque se hubiese podido, la inmensa mayoría de quienes han crecido hubiesen escogido crecer como lo han hecho. ¿Porque son estúpidos? No, ¡porque son humanos!
Ahora tendremos que cambiar el modo como deben hacerse las cosas. Es lo que pondrá sobre la mesa la crisis del 2010: que hay que modificar la manera de funcionar porque la antigua se agotó por una razón elemental: es una manera de hacer las cosas absolutamente ineficiente.
El sistema —ya postglobal, no lo olvidemos— está empapado en deuda a un nivel que va mucho más allá de su capacidad de absorción de tal deuda; pero el sistema ha desarrollado un modelo productivo que cuenta con un exceso clamoroso de capacidad productiva, gran parte de la cual es ineficiente. Entre el 60% y el 70% del PIB de los países desarrollados se basa en el consumo de unos bienes y servicios que, en su gran mayoría, no son necesarios considerando la cantidad de commodities requeridas para su fabricación; un consumo «pagado» —atención a las comillas— a crédito; bienes y servicios elaborados con una productividad baja o media baja, una productividad que podría aumentar pero cuyo crecimiento tendría consecuencias: la caída en picado de la población activa ocupada.
Todo muy sólido, pero todo muy liviano a la vez, ¿no? Bien, la crisis hará que todo eso cambie.

LA CRISIS EN ESPAÑA

Y España, ¿qué papel desempeña en toda esta historia? Sería maravilloso poder decir que uno muy importante, ¡esencial!, pero lo único cierto es que el papel de la economía española ha sido de suplente, de suplente de última hora.
España llegó muy tarde a la fiesta del crecimiento económico, aunque podría haber llegado muy pronto: fue el primer Estado europeo en disponer de plata en una abundancia nun¬ca antes imaginada en Europa. Durante todo el siglo XVI fue el proveedor involuntario de plata de toda Europa: la plata que España extraía de América.
Así, durante más de un siglo España tuvo un poder absoluto porque controló el material con el que entonces se fabricaban los sueños, y lo dilapidó en construir palacios, iglesias fastuosas, monasterios, en importar manufacturas preciosas, en pagar los tercios con los que pretendía dominar una Euro-pa que se le escapaba de entre los dedos y en financiar la Contrarreforma. Del siglo XVI España obtuvo dos cosas: el triunfo —para consumo interno— en esa guerra de religión que los Habsburgo tomaron como propia, y una inflación del tamaño de los templos que la realeza ordenaba construir; a finales de siglo era más barato importar bienes del exterior que fabricarlos en España.
España era temida: «Duérmete o vendrá el duque de Alba», decían las madres a sus hijos en los Países Bajos; pero no era respetada: cuando en el siglo XVII se redujo el flujo de metal se fue reduciendo en la misma proporción el poder español, hasta tener que recurrir al gato por liebre: acuñaciones de cobre reselladas para incrementar ficticiamente una oferta monetaria cuyo valor era ya prácticamente nulo. El resultado: una infla¬ción de más del 400% a finales del siglo XVII y una guerra entre dos familias para quedarse con los restos de un imperio en de¬clive.
De esa guerra salieron victoriosos los Borbones, que traje-ron a España los problemas franceses, pero ninguna de sus ventajas. En el contexto europeo se da un retroceso español continuado: en parte por su posición excéntrica, España se halla en todos los sentidos en un extremo de Europa, alejada de su núcleo de poder económico.
Evidentemente, la Revolución francesa no llegó a España: era un país agrícola inmerso aún en el régimen señorial con dos manchas manufactureras —tenues y discontinuas, muy tenues y muy discontinuas— en Cataluña, en Vizcaya y en Guipúzcoa; lo demás eran trigales enormes y un inmenso desierto industrial. (¿El modelo Málaga? Una anécdota.)
Cuando en 1815 las potencias europeas se reunieron en Viena para deliberar sobre la Europa del presente, España ni siquiera fue invitada. Perdió su imperio, mantuvo Cuba y Fili-pinas (dos testimonios), y se quedó en un extremo de Europa recordando pasadas glorias. Entre 1812 y 1959, un montón de cuartelazos, un golpe de Estado, una guerra civil, muchísi-mos muertos, mucha hambre, y poco más.
A partir de 1959, en plena dictadura del general Franco, España empieza a crecer: su PIB comienza a aumentar. Ese crecimiento se sustenta sobre tres patas: las remesas que los emigrantes españoles en Europa enviaban a sus familias, el gasto que la naciente clase media-baja europea empezó a rea¬lizar en las playas del Mediterráneo español, y la inversión extranjera que comenzó a llegar a una España pacificada por la policía franquista. Y, ¡oh milagro!, España comenzó a crecer, a crecer y a dibujar un modelo de crecimiento muy particular y que, con escasas variaciones, ha pervivido hasta nuestros días, un modelo económicamente pobre. Pero, en honor a la verdad, es preciso decir que las causas venían de lejos (vuelvan a leer los párrafos anteriores).
Ese modelo de crecimiento diseñado por España habla de una economía especializada en fabricar bienes y en elaborar servicios de medio-bajo y bajo valor añadido, una economía con una muy baja productividad porque tanto las empresas españolas como la mayor parte de las establecidas en España no tienen incentivos ni para realizar inversiones masivas en bienes de capital para elevarla, ni para aumentar el nivel de cualificación de la mayor parte del factor trabajo que emplean. ¿Por qué no? Pues porque para obtener el valor añadido que buscan es suficiente la dotación de capital con que cuentan y el nivel formativo de la mano de obran que contratan.
¿Datos? Toneladas, pero quédense con uno: tomando como índice 100 el valor medio de la producción obtenida en una hora de trabajo en Estados Unidos, el nivel que España había alcanzado en el año 2005 era el que correspondía a Suecia en... 1973.z
España se fue configurando como una economía de tamaño respetable por volumen de PIB: la octava o la novena del mundo, según cálculos y fuentes, pero cada vez más retrasada, cada vez más dependiente, cada vez más pobre. España fue la única economía de los veintisiete miembros de la Unión Euro¬pea cuya tasa de crecimiento anual medio de la productividad por persona ocupada decreció entre los años 1996 y 2005.z
¿Qué estaba sucediendo? Pues que la economía española crecía a base de crear empleo generador de bajo valor, es decir, poco productivo: en los períodos en los que el empleo aumentaba, el PIB crecía y la tendencia de la productividad se reducía, de modo que, para que la tendencia de la productividad cambiara de signo, el empleo debía reducirse, lo que su-ponía un menor crecimiento económico.
Y, claro, año tras año la foto fija de España fue mostrando una posición mucho peor que la media europea en inversión en I+D, en inversión en conocimiento, en innovación, en for-mación permanente... Para colmo, España dependía total-mente del exterior en todo lo relacionado con energía: en una escala de 1 a 100, mientras que el índice medio de dependencia energética de la Europa de los 27 era, en 2006, de 53,8, el de España era de 81,4.3
¿En qué se traduce todo lo anterior? En un bajo nivel salarial: en el año 2006, mientras que el salario anual medio en paridad de poder adquisitivo de los países que integraban la OCDE era de 24.380 euros, el español era de 18.369; también se traduce en un reducido nivel de protección social en comparación con los países del entorno de España: en el año 2005 y en términos porcentuales sobre el PIB, en Suecia era del 32,0%, en la UE, del 27,8%, y en España, del 20,8%.5
La pregunta, entonces, es ¿cómo ha podido alcanzar España el nivel de bienestar del que hasta ahora ha disfrutado? Para responderla es preciso volver sobre el modelo producti¬vo español.
Desde finales de los años noventa, pero sobre todo desde la recesión del 2000, prácticamente la mitad de la economía española ha pivotado sobre tres subsectores: la construcción y todas las actividades directa e indirectamente vinculadas a ella; el automóvil, sus suministradores y sus gastos derivados, y el turismo y el entorno con él asociado. Eso por el lado de la oferta. Por el de la demanda, el crédito que desde las entidades financieras ha ido fluyendo sin interrupción hacia familias y empresas.
El crédito, esencial para posibilitar el incremento de PIB que se ha producido en todas las economías, ha sido esencial también en la española. En términos de PIB, la evolución de
 la deuda privada española ha sido espectacular: 105% en el año 2000, 133% en el 2003, 161% en el 2005, 215% en el segundo trimestre de 2007;6 lo que no ha sido óbice para que la tasa de pobreza de España fuese del 20% en el año 2005,7 habiéndose mantenido prácticamente inalterada desde 1982, y que la tasa de pobreza infantil haya sido del 24% en el año 2007.8
Las entidades financieras españolas han tenido que con-vertirse, a su vez, en prestatarias: el calendario de vencimien-tos de entidades financieras españolas, en millones de euros, era el siguiente a mediados de 2008: entre el 1 de enero de 2008 y el 31 de diciembre de 2010: 227.801; entre el 1 de ene¬ro de 2011 y el 31 de diciembre de 2012: 117.176; a partir del 1 de enero de 2013: 502.286.9
Cuando, en septiembre de 2007, se manifestó el problema de los activos tóxicos identificados en las subprime, las «hipo¬tecas basura», el gobierno español y las autoridades monetarias del país rápidamente aseguraron la ausencia de tales elementos en el sistema financiero español debido a la mucho mayor regulación que el Banco de España había exigido a las entidades financieras españolas en comparación con la exigida en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos, lo que era absolutamente cierto.
Sin embargo, muy pocos hablaron del enorme peso que sobre los ingresos del factor trabajo representaban los pagos de las cuotas de los créditos tan alegremente concedidos en años anteriores, ni de la precariedad que en su contratación exhibía la población ocupada española (la tasa de temporalidad más elevada de Europa: más del 30%), ni de la mucho mayor dependencia de España del crédito en relación con otras economías desarrolladas, tanto en el aspecto de las personas físicas —consumo— como en el de las jurídicas —inversión—, como de las entidades financieras que debían conceder esos créditos. A medida que avanzaba el año 2008 se fue poniendo de manifiesto que España se hallaba en una auténtica trampa crediticia.
¿Por qué? Por su modelo productivo: intensivo en un factor trabajo de salarios medios reducidos debido a su relativa-mente baja productividad, compuesto por numerosas compañías con una reducida capacidad de generación de cash flow y, por su baja productividad, con un bajo nivel de competitividad; también con un conjunto productivo-consuntivo extraordinariamente dependiente del crédito para alimentar un proceso como, por fuerza (porque no existía otra posibilidad, porque otra posibilidad ya no era posible), el escogido: construcción, automóvil, turismo y consumo; con una crónica —y lógica— tendencia al déficit por cuenta corriente. En cuanto se produjeron las primeras restricciones crediticias, el modelo de crecimiento español empezó a gripar.
España va a padecer especialmente esta crisis en la que a pasos agigantados ya estamos adentrándonos. Como hemos visto, su modelo de crecimiento está basado en actividades de bajo valor añadido, y es muy dependiente del exterior tanto en energía como en capital, por lo que, cuando en el exterior comenzaron los problemas, España acusó el golpe muy rápidamente. Por otra parte, España tiene un número de ciudadanos y residente extranjeros hoy insostenible para el valor que es capaz de generar (aunque sin ellos el boom del ladrillo hubiese sido imposible), un valor bajo, con una baja productivdad e intensivo en mano de obra, muy sensible, por tanto, al negativo impacto que en el empleo están causando situaciones como las presentes. Y, para concluir, se trata de un modelo muy dependiente del crédito, una posición extremadamente débil en las circunstancias actuales.
¿Expectativas para la economía española en los próximos años? Deduzca usted mismo.
Como apunte: el viernes 16 de enero de 2009, el Ministerio de Economía presentó la «Actualización del Programa de Estabilidad España 2008-2011»,10 donde se publican las revisiones a las previsiones que sirvieron de base para la elaboración de los presupuestos:
Tasas porcentuales 2009       2010       2011
-1,6 1,2 2,6
-3,6 0,2 1,4
15,9 15,7 14,9
PIB (variación anual) Ocupación (variación anual) Tasa de desempleo
Muchas preguntas despiertan estas cifras. Recuperación fulminante: 2,8 puntos porcentuales en PIB entre 2009 y 2010. ¿Por qué?, ¿basándose en qué?, ¿debido a qué?; 4,2 puntos porcentuales, también en PIB, entre 2009 y 2011. Dudoso, sabiendo que las demás economías también van a estar mal, con una ocupación que no se recupera, con una tasa de desempleo estancada. Pienso que la realidad va a ser peor, mucho peor.
Dos días después, en una entrevista11 que será histórica, el ministro de Economía, el señor Pedro Solbes, presentaba la posición más realista mostrada por el gobierno hasta ese momento ante la situación económica; mi resumen: a) hay que estar tranquilos: estamos mal (nosotros y todos) pero pronto lo superaremos (a finales de 2010, decía), y b) el gobierno ya no puede hacer nada más para paliar la situación.
Creo que en lo segundo podía tener razón, pero no en lo primero: la auténtica crisis está por llegar, aunque bien es verdad que para todos.

Y así estamos.